La saga del mercenario
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Un muro para difamar (tomado de Gettyamages). |
Uno:
Cinco estudiantes, azuzados por un tal doctor Marietán, mantienen una huelga de
hambre de 35 días, equivalentes a 840 horas o 50.400 minutos. Exigen la
suspensión de funcionarios que falsificaron calificaciones. Las autoridades
universitarias deciden minimizar el problema, silencian cualquier voz
disonante. Necesitan de un contexto favorable para negociar mayor presupuesto público.
Dos:
Un inescrupuloso profesor rural devenido en Director de Relaciones Humanas de
la Universidad de la Angostura, Faustino Rejas, recibe la orden de callar a un
docente que escribe sobre temas universitarios y que pretenciosamente firma
como periodista. Los mandantes de Rejas saben que es capaz de todo y, más importante,
conocen sus pecados. Hace unos años, cuando fungía de Director de Carrera,
había convalidado, sin respetar el procedimiento, 48 materias a su amante. Una
denuncia impidió que su petulante mujer logre el título de psicóloga. “Ahora
sí, lo arruinaré”, se regodeó.
Tres:
Convoca a Alcibiades Callahuara, un docente interino que odia visceralmente al
escribidor. Se detesta por haber perdido un examen de competencia ante, lo
vocifera en sus clases: “¡Semejante individuo!”. Él, un doctor en Lenguas
Ocultas, no podía ser menos que nadie. Juntos planifican aprovechar los yerros de
un cuadernillo que el escribidor emplea en sus clases. Deciden utilizar los
medios de comunicación para difamarlo.
Cuatro:
Saben que ninguno de los dos tiene credibilidad. Hace un año, Callahuara –a la
sazón consejero de carrera– aprovechó su poder para comprar una vitrina,
instalarla en el pasillo principal de la Facultad y publicar las fallas del
cuadernillo como si los estudiantes las hubieran identificado. Desafió al
escribidor a un debate “académico”. Fracasó, el tiempo diluyó sus intenciones.
Ahora sería diferente. Necesitaban alguien con autoridad moral que critique el
texto, un periodista dispuesto a publicar tales declaraciones y estudiantes que
protesten por el trabajo del docente escribidor.
Cinco:
Rejas y Callahuara visitan los medios importantes de la ciudad; pero ningún
periodista acepta sus proposiciones. Reculan en el periódico más
sensacionalista de la ciudad: “La Ventosidad”, propiedad de un empresario del
turismo que había acumulado su fortuna con la desgracia de los emigrantes a
España e Italia de la década pasada. Allí encuentran a un aprendiz de redactor que
por unos billetes acepta hacer el trabajo sucio.
Seis:
Un casi octogenario narrador, profesor y crítico literario recibe a Rejas, a Callahuara,
al redactor de “La Ventosidad” y a dos supuestos estudiantes, Iris y Sergui, en el salón de su
residencia. Escucha todas las quejas sobre el docente escribidor. Callahuara le
muestra las fallas del cuadernillo, repite todo lo expuesto en su vitrina. El
anciano convalida cada una de las intervenciones del doctor. El redactor
escribe en silencio: “Es un fraude”, “Está plagado de fallas”, “Es nada
didáctico”, “Su bibliografía es antigua”.
Siete:
A la mañana siguiente, “La Ventosidad” publica en cinco columnas la gran
noticia con la foto del cuadernillo. A ninguno de sus lectores habituales le
llama la atención semejante espacio para tan poca cosa. Están acostumbrados a
leer historias de asesinatos, accidentes, violaciones y peleas callejeras. Un
conductor de minibús reacciona molesto: “¡Huevadas informan estos giles!”.
Ocho:
Desesperados, un día después, Rejas y Callahuara ordenan que un sicario de la
palabra reparta fotocopias con la publicación. Los estudiantes leen el libelo
con incredulidad e indignación. Comprueban que contiene todo lo que doctor
repite cotidianamente sobre el autor del cuadernillo.
Nueve:
El narrador, profesor y crítico literario –recostado en el sofá verde de su
sala– cavila sobre su participación en el sainete. Recuerda que Rejas le había asegurado
que la Universidad de la Angostura le otorgaría un doctorado honoris causa. Por
esta razón, sin oponer ninguna resistencia, había aceptado “comentar” el
cuadernillo. Sospecha que lo citarán como a un difamador, no como a un
humanista.
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