1983, Sex Penis cae en Bolivia

1983, Sex Penis cae en Bolivia


"Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de…".
El Aleph
Jorge Luis Borges


Francesc Peris Boixeda posa junto a estudiantes de Cultura del Juan XXIII en las escaleras que conducen a los dormitorios.

PRIMERA PARTE

Pinta de gigoló

    Retorné al paraíso del Cojo de Loyola en abril 1983. El director del colegio internado Juan XXIII de Villa Granado (Coña Coña, Cochabamba), Carlos Villamil Olea (alias Vicu), me había expulsado cuando finalizó la vacación de verano en 1982 junto a cuatro compañeros: Z.M., L.R., J.A. y O.Z. Una travesura adolescente había provocado que Vicu nos excomulgue de la Pequeña Nueva Bolivia (Penubol) engendrada por los jesuitas Pedro Basiana Cornet y Alfonso Pedrajas Moreno (Pica), ambos promotores de la teología de la liberación e ideólogos de la consigna “Ser para los demás”.

    Vivía compungido. Me había propuesto demostrar que era un digno comunario de la Penubol. Desde las cinco de la madrugada, montaba una bicicleta roja, cuya parrilla alojaba una gran canasta con hasta 400 tortillas y marraquetas. Salía a surtir de pan a las tiendas del barrio. Lo más lejos que llegaba era el Cruce Taquiña, específicamente Villa el Carmen donde la familia del dirigente minero y operador de los misioneros oblatos y jesuitas, Filemón Escóbar, habitaba una humilde casita verde de medias aguas. A las diez de la mañana, cuando culminaba esta labor, me convertía en jardinero hasta antes de la hora del almuerzo. Rastrillaba los jardines, podaba libustros y revestía con cal los árboles.

    En estas circunstancias, me percaté por primera vez, de la existencia del jesuita catalán al que llamaban Chesco, aunque ahora -42 años después- verifiqué que había llegado al internado durante la vacación de fin de curso. Uno de mis compañeros de promoción me contó que, cuando Vicu lo presentó a los estudiantes, en el anfiteatro, seguramente durante la primera semana de clases, como muestra de "su amor" al colegio y al deporte, regaló una pelota de básquet que lanzó desde el escenario y que golpeó un par de neones cuyos cristales explotaron y cayeron sobre el público sin lesionar a nadie. Fue una mala señal, un mal augurio.

    Con poleras azules, pantaloncillos cortos ceñidos a sus muslos, una cinta en la frente y lentes oscuros, cada mañana entrenaba basquetbol en uno de los tableros de la cancha de cemento del colegio mientras los estudiantes de Cultura pasaban clases y los comunarios trabajábamos. Lucía una barba y un bigote impecablemente recortados; se acicalaba el cabello de rato en rato. Parecía un maniquí de la alta burguesía boliviana. Comprendo ahora que con esa facha de gigoló o de padrote mexicano pretendía cautivar la atención de las adolescentes que salían a los recreos matinales.

    Chesco había llegado al Juan XXIII unos días antes de que se inicie la gestión escolar, para reemplazar a Pica. Así se convirtió en responsable de Cultura, profesor de Estética y Psicología, consejero espiritual de los menores y enfermero. Cultura era la primera sección del internado que reunía a los dos primeros cursos, es decir, a los adolescentes de tercero intermedio y primero medio, cuya actividad principal consistía en estudiar mañana, tarde y noche, además de participar en actividades culturales, recreativas y deportivas. Ocupaba la habitación de Pica, un pequeño aposento entre los dormitorios de los chicos y de las chicas ubicado en la segunda planta del edificio principal.

    Un periodista del impreso catalán El Periódico y experto en abusos eclesiales en contra de niños y adolescentes, Guillem Sánchez, confirmó que este 2025, Chesco Peris cumplió 84 años. Nació en 1941, celebró su cumpleaños 42 en el colegio Juan XXIII de Cochabamba. Sus superiores jesuitas de la provincia tarraconense, en coordinación con los de la provincia boliviana, lo habían trasladado desde el colegio Jesuites Casp de Barcelona.

    Jamás conversé con él, para mí era simplemente un cura que había llegado desde Cataluña. Yo pertenecía a Segundo de Comuna, la sección del colegio compuesta por los tres cursos superiores: segundo, tercero y cuarto medio. Trabajábamos por las mañanas y estudiábamos por las tardes. De cuando en cuando, conversaba con alguna de las simpáticas adolescentes de las generaciones que habían ingresado al internado en 1982 (promoción Polonia) y en 1983 (promoción Cuba). Mayor era mi relación con los muchachos de ambos cursos por las actividades futbolísticas que compartíamos después de los almuerzos o los fines de semana.

    Un triunvirato dirigía el Juan XXIII: Carlos Villamil Olea era el director general; Saúl Soza Torrico, el director de Estudios y José Samir Makaren Chávez, el director de Trabajo. La promoción Zoters o Biafra 1983 gobernaba a la Penubol, por lo menos durante el primer semestre de aquel año. Ahora pienso que gobernar es una palabra excesiva; en rigor, solamente organizaba las actividades cotidianas del internado, como la nómina para lavar vajilla o asear los baños. Jamás decidían algo esencial, había un “poder detrás del poder”.

Cura mentiroso

    Durante aquel lejano 1983, vivía ensimismado en mis asuntos. Ni siquiera recuerdo o ignoré los dibujos que dos compañeros expusieron en las vitrinas de los muros del vestíbulo de los comedores para denunciar las turbias actividades nocturnas o la violencia explícita de Chesco. Pensaba: “Se fue Pica, sin ese cabrón, no hay de qué preocuparse”, cuando Pedrajas Moreno se marchó del Juan XXIII con el pretexto, ese era el discurso oficial, de experimentar las condiciones laborales de los mineros de Siglo XX (Potosí), la vanguardia de la revolución proletaria. Ahora sé que el provincial de los jesuitas de aquel tiempo, Jorge Trías, disimuladamente lo había reubicado porque alguien había denunciado sus correrías pederastas. Me equivoqué, Chesco resultó un experto en abusos sexuales a niños y adolescentes, con procedimientos y técnicas tan refinadas como las de Pica.

    Siete años después, durante una farra de viernes, a finales de 1990, en el Condominio, una residencia universitaria de exalumnos del Juan XXIII ubicada en Alto San Pedro de La Paz, entre sorbo y sorbo de la potente cerveza Bock, emergió el caso Chesco. Mis contertulios manifestaron versiones diferentes, aunque complementarias sobre las fechorías del jesuita catalán. El comentario general era que “se había aprovechado” de dos de las más guapas chicas de Primero de Cultura de la gestión 1983.

    Desde aquella jarana, en reunión de exalumnos que asistía, con escasa fortuna, discretamente buscaba información sobre este asunto. Un implícito pacto de silencio, la obediencia que nos habían inculcado o la autoridad omnipotente con la que se revestían los jesuitas enterraban el problema. Extrapolando la macabra historia de Pica, concluí que algo grave había ocurrido con Chesco.

    La última semana de febrero de 2020, con estos antecedentes, me reuní con Osvaldo Chirveches Pinaya, el delegado de protección de la Compañía de Jesús en Bolivia, a instancias del provincial Ignacio Suñol Esquirol. En uno de los comedores del antaño internado, expuse -sin precisar detalles- la situación de indefensión que soportamos los estudiantes del Juan XXIII durante la gestión de Alfonso Pedrajas Moreno y otros agresores sexuales. La pandemia impidió que el proceso avance.

    Por fin, el 21 de marzo de 2022, expuse mi testimonio sobre los abusos de Alfonso Pedrajas Moreno y, amparado en el protocolo de Ambientes Sanos y Seguros de la misma Compañía, presenté cuatro casos más, incluido el de Chesco. Con un semblante de piedra, Chirveches Pinaya me preguntó: “¿Quién es? ¿No lo conozco? No tenemos información sobre este Chesco”. Le repliqué que eso era imposible por su condición de ex provincial. El cura mantuvo su posición.

    Me explicó que transcribiría el testimonio. Cuando finalmente lo envió el 27 de mayo de 2022, me percaté que Chirveches Pinaya lo había recortado arbitrariamente. Omitía el caso de Chesco y los de los otros tres nombres que había presentado. Cuando le reclamé, me contestó que “las demás denuncias” serían tratadas “cuidando la confidencialidad” y siguiendo sus procedimientos. Remató: “Este modo de proceder es el que ha tomado la Compañía de Jesús en Bolivia y es compartida a nivel mundial”. Descarté su transcripción y envié el documento, mediante el propio Chirveches Pinaya, al provincial Suñol Esquirol el 10 de junio de 2022. Incluí el caso de Chesco con la referencia de solo su apodo porque desconocía su nombre y sus apellidos: Francesc Peris Boixeda.

El colegio de origen del jesuita Francesc Peris Boixeda.

SEGUNDA PARTE

Valiente Juana

    Dos semanas después del 30 de abril de 2023, cuando el periódico El País de Madrid destapara el holocausto pederasta que el jesuita Alfonso Pedrajas Moreno, el todopoderoso director General del internado Juan XXIII, había provocado durante los años 70, 80 y parte de los 90 ante la mirada impávida de sus mandantes, el periodista Julio Núñez publicó el 13 de mayo de 2023 un relato titulado “Nuevas acusaciones en Bolivia a raíz del diario de un cura pederasta: ‘Había otros jesuitas que abusaban de niñas’”.

    Allí leí que una muchacha de 14 años, que había ingresado al internado en 1983, le cuenta a Julio Núñez por teléfono, “entre lágrimas y sollozos” que, una noche, “se despertó tras sentir unas manos entre las piernas”. La adolescente, que Julio Núñez identifica con el nombre ficticio de Juana, narra: “Cuando miré debajo de las colchas vi unos ojos claros, brillantes. Eran los ojos del jesuita catalán Francesc Peris. Me moví, no quería que me tocara. Me hizo callar con su dedo: ‘Shhhh’. Esa fue la primera vez”.

    Juana, la mañana siguiente, escribe Julio Núñez, advirtió a sus compañeras sobre las extrañas visitas nocturnas de Chesco. “Esperábamos, esperábamos y esperábamos hasta que el cansancio nos hacía dormir. Había noches que volvía a meter su mano y en otras iba directamente a otras camas. Se acercaba a otras chicas y se perdía un rato ahí”, cuenta la entonces adolescente. El plural “esperábamos” me permite comprender que Juana era solo una de las víctimas del cura pervertido.

    Pese al miedo que le provocaba la situación, Juana se atrevió a contarle las andanzas de Chesco a “a un compañero de un curso superior”. Presumo que era alguien de la Comuna: ¿Biafra 1983, Nicaragua 1984 o Brasil 1985? Evaluaron que era difícil “enfrentarse directamente con el jesuita” catalán. La muchacha relata: “Entonces, mi compañero dibujó una caricatura de un hombre metiendo su mano por debajo de las colchas de una compañera. Y lo pegó en la vitrina del comedor. Lo expuso a la vista de todos. No sé si pudieron entender el mensaje, captar la idea. La idea de mi compañero era hacer saber que algo estaba pasando con las chicas [de Cultura]”. Nada cambió y Chesco “siguió deambulando entre las camas”.

    Juana declara que, un día, seguramente entre mayo y junio de 1983, antes de la vacación de invierno, todos los estudiantes de su curso, mujeres y varones, visitaron una antigua hacienda de dos plantas construida en las faldas del Tunari, que nosotros conocíamos popularmente como la “casa de la Taquiña” por su proximidad con la fábrica de cerveza del mismo nombre que se ubica hasta hoy unos kilómetros más arriba. Todos los años, como una de las actividades extracurriculares más importantes, Primero de Cultura se reunía en aquel recinto de la Compañía de Jesús, entre otras cosas, para evaluar y reflexionar públicamente sobre el comportamiento de cada estudiante y manifestar algunos problemas colectivos. Pica la dirigía; pero, como se había marchado a las minas, Chesco ocupó su rol.

    Julio Núñez escribe: “Allí, delante de sus compañeros y con Chesco enfrente, Juana dice que expuso lo que este les hacía por las noches a las chicas”. El jesuita catalán reaccionó violentamente. “Lo único que logré es que me abofeteara, me golpeara y me dijera que me callara, que no dijera nada”, narra. Existe testimonios que confirman que Chesco golpeó a Juana durante una reunión informal. Uno de los estudiantes de la generación 1983 recuerda: “Yo no estuve presente cuando sucedió el sopapo, me lo contaron algunos compañeros que dijeron que ella se había puesto ‘histérica’, según el hijo de puta de Chesco”. Juana no era la única víctima; la mayoría, si no todas, al menos lo sabía o soportaba en silencio, hasta aquel momento, los abusos de Chesco.

    Como en otros casos, tras el episodio, la víctima afirma que “Chesco comenzó a darle un trato despectivo en el colegio”, específicamente en el curso. Era el profesor de Educación Sexual por su condición de guía de los estudiantes de Cultura. Hoy la maldita casona se ha convertido en la casa de retiros “Olivos de la Taquiña” donde el Centro de Espiritualidad Ignaciana cobra 1.480 bolivianos por ocho días de ejercicios espirituales, como si nada hubiera ocurrido entre sus muros.

Sismo en el Jesuites Casp

    Tres días después de la divulgación del testimonio de Juana, periódico El País de Madrid publicó: “Los jesuitas apartaron del contacto con menores en Barcelona en 2005 a uno de los religiosos acusados en Bolivia”. En este relato, informan que la Compañía de Jesús admitió en España que apartó a Chesco del contacto con estudiantes en Barcelona el año 2005 por una “conducta inapropiada” con una alumna del colegio Jesuites Casp y que los periodistas entrevistaron a antiguos estudiantes quienes aseguraron que esas “actitudes abusivas” hacia las alumnas eran “un secreto a voces” desde los años setenta. Desde entonces, su apodo era Sex Penis, porque usualmente lo llamaban Cesc Peris. Las palabras de Juana provocaban un terremoto.

    El País informa que todos sabían que Chesco aprovechaba de su rol de consejero, que se encerraba con las alumnas en su despacho y que siempre cerraba con llave. Algunas veces, añade, “las llamaba en plena clase de otra asignatura”. Algunas exalumnas declararon que “les daba abrazos, besos y caricias” y dos de ellas aseguraron que “lo contaron en 1996 y 1999” a sus tutoras; pero estas “se mostraron impotentes”. Similar procedimiento aplicaba por las tardes Pica en el Juan XXIII, algunos oxis (educadores) lo sabían y también prefirieron el silencio.

    Dieciocho años después, informa la publicación de El País, el 15 de mayo de 2023, por fin los jesuitas catalanes enviaron una circular a las familias de los estudiantes del colegio donde trabajaba Chesco para informales que lo habían suspendido el año 2005 por “un episodio con una alumna que ocurrió en presencia de testigos adultos” sin precisar qué tipo de episodio. Los portavoces de esta orden, complementa El País, reconocieron que habían recibido más “acusaciones contra él [Chesco], aunque no de abusos sexuales, sino de conductas y expresiones inapropiadas”, otra vez sin precisar a qué tipo de conductas y expresiones se referían y negándose a revelar el número exacto de “acusaciones”. Jamás aclararon dónde enviaron a Chesco, aunque fuentes próximas a la orden de Loyola, afirma El País, sostienen que lo enviaron varios años a Paraguay, a la frontera de sus misiones. Actualmente, Chesco vive recluido en un centro médico en Manresa, completa el periódico. Su orden lo protege.

    El testimonio de un antiguo estudiante del colegio Jesuites Casp, que forma parte del primer informe sobre abusos recopilados por El País hasta el año 2021, acusaba de abusos a Chesco ya en los años setenta. Este exalumno, reporta El País, recordaba que después el religioso “desapareció”. Este dato coincide con su viaje a Bolivia, aunque los jesuitas lo desvinculan de una acusación de abusos y aseguran que carecen de denuncias en ese periodo.

    Varios testimonios publicados por El País describen a Chesco Peris como “un profesor de religión que daba charlas de sexualidad “con una desenvoltura pavorosa”. Hacía excursiones de montaña y hablaba de espiritualidad, energía y también de sexo, aprovechaba su posición de guía espiritual y su imagen como “psicólogo”. Cerraba la puerta de su despacho, pedía besos y abrazos; las “manoseaba” y “pasaba de una mejilla a otra rozando los labios”. Las “intimidaba”. Afirman que “todo el colegio lo sabía” y “si pillaba a alguien en momentos un poco bajos se aprovechaba”. Las víctimas tenían “demasiada vergüenza” para contarlo a sus padres. Ejercía su poder sobre las estudiantes “en una edad muy vulnerable”. Por esos antecedentes, los exalumnos del colegio Jesuites Casp se enteraron sin extrañeza ni asombro sobre las fechorías de Chesco en Bolivia.

    En La Paz, inmediatamente después de la publicación del 13 de mayo de 2023, la Compañía de Jesús emitió un comunicado sobre las acusaciones en contra de Chesco y otro cura e informó que “hasta la fecha no ha recibido ninguna denuncia directa de víctimas”. “Sin embargo, ambos nombres [uno de ellos Chesco] aparecen mencionados en el contexto de las denuncias e investigaciones realizadas en el caso Pedrajas Moreno, como consta en la documentación presentada por la propia Compañía de Jesús ante el Ministerio Público”, admitía. Se referían al testimonio que presenté el el 10 de junio de 2022.

 Reacción colectiva

    Unos días después, el 22 de mayo, ante la conmoción que causó la publicación de testimonios sobre los abusos de Chesco, El País publicó una nota titulada “234 exalumnos de un colegio jesuita de Barcelona exigen por carta al centro que aclare los abusos de un profesor”. Informó que tal cantidad de exalumnos expresaba “una profunda indignación” y exigía explicaciones por el caso del sacerdote Francesc Peris Boixeda en el colegio Jesuites Casp y en el internado Juan XXIII de Bolivia.

    Enviaron copias del documento a la Compañía de Jesús y al Departamento de Educación de la Generalitat de Barcelona. Los firmantes manifiestan: “Consideramos de extrema gravedad que la Compañía de Jesús no haya actuado de forma decidida para facilitar la investigación a los medios y para denunciar y reparar, en la medida de lo posible, a las víctimas” y afirman: “Bajo ningún concepto podrá considerarse como respuesta válida y suficiente lamentar los hechos sin condenarlos, hacer comunicados de carácter meramente interno, proteger la identidad del agresor y obviar los mecanismos de denuncia por la vía judicial”.

    Los exalumnos del Jesuites Casp solicitaron además que la Compañía de Jesús “se ponga a disposición de las víctimas”, que abra una investigación interna para identificar posibles encubrimientos y que retire de sus cargos a “cualquier persona implicada en estos casos”.

    El País informó que los jesuitas de Barcelona respondieron con un comunicado. Aseguraron que comprenden “la preocupación e indignación que las informaciones publicadas estos días han causado en el colectivo de exalumnos” y que condenan firmemente “todo tipo de abuso”. Sobre el caso de Chesco, afirmaron que iniciaron una investigación previa a un proceso canónico y que colaborarían “en todo lo que la justicia pueda requerir”. En su declaración pública, informa El País, admitieron: “Esta persona [Chesco] ya figuraba en nuestros informes y tenía impuestas unas medidas, pero las informaciones publicadas en la prensa motivan una nueva revisión de este caso”.

    En esta nota periodística, El País informó que Chesco publicó el año 2022, tras cumplir 80 años [sic], un artículo en la revista de antiguos alumnos del colegio Jesuites Casp en el que escribió: “Pido perdón por los errores que pude cometer a lo largo de tantos años, me sabe mal, seguramente ahora actuaría de forma diferente”. Pienso que estas palabras, cargadas de impostura, pretenden invisibilizar sus delitos en contra de niños y adolescentes.

    Al día siguiente, el martes 23 de mayo de 2023, El País tituló: “Otros ocho profesores del colegio jesuita Casp de Barcelona desde los años cincuenta han sido acusados de abusos”. Chesco, quien trabajo durante tres décadas en esa institución, no había sido el único. En el marco de su investigación de la pederastia en la iglesia española, El País afirma que desde 2018 ha recogido testimonios en contra de otros ocho docentes que operaron desde los años cincuenta hasta los ochenta. “Los jesuitas, la orden a la que pertenece el Papa [Francisco], son la congregación que más casos de abusos acumula en España: están acusados 139 miembros”, asegura y añade: “Es un 14,4% del total, 959 casos con 1.922 víctimas”.

    Las máximas autoridades ejecutivas de las provincias tarraconense y boliviana ignoraron este prontuario, que El País develó recientemente, y trasladaron a Sex Penis desde el colegio jesuita Casp de Barcelona al colegio internado Juan XXIII de Cochabamba, donde prosiguió con la comisión de delitos sexuales en contra de niñas y adolescentes.

Francesc Peris Boixeda abraza a un estudiante del Juan XXIII.

TERCERA PARTE

Educadora precoz

    Los medios catalanes 3Cat, Prensa Ibérica y Ottokar estrenaron el 18 de junio de 2024 en Barcelona el documental “La Fugida”. Los directores Josep Morell, Guillem Sánchez y Marc M. Sarrado revelan la estrategia y las prácticas que los jesuitas emplean para invisibilizar los delitos sexuales en contra de niños y adolescentes y para desentenderse de las secuelas de las víctimas. La película muestra el comportamiento encubridor de la Compañía de Jesús en el caso de los sacerdotes Francesc Peris Boixeda y Luís Tó Gonzalez en Barcelona hasta que los trasladan a Cochabamba y El Alto, respectivamente, donde ambos incurrieron en más delitos sexuales.

    Un minúsculo público boliviano, pues solo difundieron el documental en espacios reducidos, escuchó, vio y comprendió los testimonios de Mare Laura Calzada y Enric Soler la noche del jueves 24 de octubre de 2024 durante el Festival Internacional de Cine FENAVID de Santa Cruz de la Sierra. Ambos narran emotivamente su experiencia con Francesc Peris Boixeda cuando, durante su adolescencia, estudiaron en el colegio Jesuites Casp. Una exalumna de la Promoción Zoters 1983 y el abogado contratado por la Asociación de Exalumnos del Colegio Juan XXIII (ASIA-J23) relatan en el documental fragmentos del caso boliviano. Desempeñan el rol de mediadores. Ninguna víctima expuso su testimonio. Comprendo que es posible que los productores de “La Fugida”, por el escaso tiempo, hayan incluido solo breves fragmentos de declaraciones más amplias y explicativas.

    A partir del minuto 19:52, la exalumna, a la que a partir de ahora denominaré educadora precoz, afirma: “Ese año me nombran como la responsable de las chicas pequeñas”. La mayoría de los estudiantes del internado ignoraba tal nombramiento, jamás lo anunciaron públicamente. Yo desconocía su nuevo rol. La recuerdo como una persona próxima al anterior director General, Pica, y al director General de aquel tiempo, Vicu, quien algunas noches, después de la cena, ataviado con un poncho de colores andinos y fumando cigarrillos Astoria, paseaba por el pasillo L abrazando con la mayor naturalidad a alguna compañera de Segundo o Tercero de Comuna, en algunas ocasiones a la educadora precoz. Lo más probable es que el director General la nombró responsable de las “chicas pequeñas”. Infiero que previamente consultó y coordinó con Pica, quien se marchaba a las minas, y con Chesco, el responsable de Cultura.

    ¿Por qué la nombran responsable de las “chicas pequeñas”? Es una pregunta necesaria para comprender el rol de educadora precoz, pues ella por las mañanas y por las noches trabajaba en la granja de vacas lecheras y por la tarde estudiaba, formaba parte de Tercero de Comuna. Llama la atención la elección de una joven sin experiencia ni preparación. Aquel año, vivía en el colegio Elizabeth Vargas, la esposa del oxi, Nelson Ferrufino Rodríguez (Promoción 1972). Alguien había acuñado el apelativo de oxi (una apócope de oxidado) para referirse a los educadores, entre ellos, algunos exalumnos, que vivían y trabajaban en el internado.

    Durante su participación en el documental, evita describir sus responsabilidades y actividades con las “chicas pequeñas”. Simplemente manifiesta: “Una de las cosas que era mi función, era ver su rendimiento académico y ahí [me] percaté, en el segundo semestre del año 83, que varias niñas habían bajado de notas”. Todos sabemos que esa tarea era una responsabilidad del riguroso y detallista director de Estudios, Saúl Soza Torrico, un exalumno de la Promoción 1976, para quien ningún detalle pasaba inadvertido.

    La educadora precoz ensaya una hipótesis sobre el deficiente rendimiento académico: “Se podía deber a muchas razones, pero yo tenía que saber cuáles eran las razones, empecé a preguntarles por qué tenían estos problemas y me dijeron que extrañaban a su mamá”. Investiga, pregunta y -al principio- solo recibe respuestas genéricas, pero significativas: “Extrañaban a su mamá”, es decir, a una persona a la que las adolescentes suelen confiar secretos y problemas delicados.

    En un ambiente extremadamente crispado, la educadora precoz asegura que logró que alguien decida hablar. Narra: “Yo sentí que tenían miedo las chicas, que no querían hablar de eso y no querían responder. Al principio no querían ni encontrarse conmigo y, en las reuniones, no querían hablar, tenían miedo, tenían temor. Yo decía. ‘¿Qué pasa aquí?’ Ahí [alguien] explotó y se puso a llorar y dijo: ‘Es que estamos amenazadas, no podemos decirlo, nos van a expulsar del colegio, nosotras no queremos tampoco eso. Yo quiero terminar el año. […], por favor, pero no digas nada, pero te voy a decir’”. Las estudiantes de Cultura expresaban miedo y admitían que alguien las amenazaba. Solo hay dos opciones, el perpetrador Francesc Peris Boixeda o el director General del colegio, Carlos Villamil Olea, a quien la fuente de la educadora precoz ya había informado sobre los delitos de Sex Penis (cf. supra).

    La joven y precoz educadora de las “chicas pequeñas” de Cultura relata: “Entonces me empezó a contar que el Chesco, después de que se apagaban las luces, entraba a los dormitorios de las chicas y empezaba, dice, a tocar sus cuerpos, sus partes íntimas. ‘Nos empieza a acariciar, nos empieza a decir ¡Shitsss!, que nos callemos, que esto…, que empezaba a tocarnos todo’. Entonces yo ahí exploté; dije: ‘No puede ser’. Le dije: ‘¿Te ha violado? No, pero sí a otras chicas les ha hecho eso’”. La historia que le cuentan coincide plenamente con la de Juana que publica El País. Existe, sin embargo, un detalle adicional: su informante afirma haber sido testigo de “violaciones”.

    Sin precisar qué tiempo después de esta reveladora charla, la educadora precoz reacciona: “Fui donde el director, el Vicu, y le dije: ‘Vicu, quiero hablar contigo. Yo quiero que llames al Chesco principalmente, que esté ahí, quiero que esté presente…’. ‘¿Qué?, ¿hay algún problema?’, [le responde Carlos Villamil Olea]. ‘Sí, hay un grave problema’”. La educadora precoz tampoco indica con precisión cuántos días después el director organiza una reunión con Francesc Peris Boixeda ni quiénes más participan, ni a qué hora ni en qué ambiente del internado.

    Durante la caliente reunión con Vicu y Chesco (cf. supra), en la que no precisa si intervinieron Saúl Soza Torrico, director de Estudios, y José Samir Makaren Chávez, director de Trabajo, la educadora precoz narra que enfrentó a Sex Penis: “Le dije: ‘Chesco tú estás haciendo esto, esto, esto’, le señalé. El otro se levantó: ‘¡Eso es mentira!, ¡eso es un malentendido!’ Yo también me paré y le dije: ‘¡No es ningún malentendido!, ¡yo les creo a las chicas! ¿Un malentendido es que les toques sus partes íntimas, que les toques sus cuerpos cuando están durmiendo?’” Durante el enfrentamiento verbal, sin embargo, no le enrostra que había violado a algunas “chicas pequeñas”; tampoco cuenta cómo reaccionó el director General.

    La educadora precoz cuenta en el documental que cerró la reunión con una petición tajante: “¡Eso no puede ser! Yo lo que quiero ahorita es que Chesco se vaya del colegio”. La ignoraron. Sex Penis se marchó del Juan XXIII cuando concluyó la gestión escolar 1983 sin que nadie se dé cuenta, sin fiestas de despedida, sin que la mayoría de los estudiantes se percate.

Mutismo total

    En su rol de abogado contratado por la Asociación de Exalumnos del Colegio Juan XXIII (ASIA-J23), un estudiante de la Promoción Sui Generis 1981, participó en el documental “La Fugida”. En el minuto 22:30, con un lenguaje poco claro, respecto del caso Francesc Peris Boixeda, asegura: “Se llevaron a cabo otras reuniones, se presionó al director Vicu de entonces, hasta que se le conminó a que él [Chesco] reconozca lo que estaba haciendo. Vicu manifestaba que era, más o menos, una relación de cariño de padre a hijo, que esas cosas pasan; sin embargo, era tan fehaciente los hechos que [Chesco] tuvo que pedir disculpas”. Sus palabras esconden protagonistas por el uso de verbos impersonales. Evita precisar quiénes se reunieron, quiénes presionaron al director General, quiénes conminaron a Sex Penis para que admita sus delitos y, al menos, al final, ofrezca disculpas.

    El abogado relata, y esta es una contribución para comprender el problema, que Chesco desapareció del internado a fines de 1983 “bajo amenaza de decir que esto no salga a nadie, que es un secreto entre ellos y que pues que quede ahí en el olvido”. ¿Significa que el director General del colegio impuso un voto de silencio a las víctimas y a todos los que sabían de las agresiones de Sex Penis? Solo 40 años después, el 13 de mayo de 2023, El País de Madrid publica el valiente testimonio de Juana, tras la difusión de la historia del pederasta jesuita Alfonso Pedrajas Moreno el 30 de abril de 2023.

Reunión en Barcelona

    La educadora precoz, tras cuatro décadas de silencio, aceptó brindar su testimonio para el documental “La Fugida”, en el que asegura que, 12 años después de los hechos, se enfrentó nuevamente con Chesco. En el minuto 28:00 de la película, relata: “Yo volví a ver a Chesco en 1995, en una visita que hice a Barcelona. Al verme, vino directamente donde mí y me dijo: ‘[…], tenemos que hablar’. Entonces, le dije: ‘¿De qué tenemos que hablar?’. ‘Del mal entendido que fue en el colegio’, [le respondió Peris]. ‘¿Qué mal entendido? No ha habido ningún mal entendido, Chesco, por favor, no empieces, yo les he creído a las chicas, les sigo creyendo y tú has abusado de nosotros’, [le replicó]”. Considero que el encontronazo que cuenta educadora precoz ayuda a preguntarse por su silencio.

    Los directores de “La Fugida” la entrevistaron la tarde del lunes 20 de noviembre del 2023 en instalaciones del centro cultural La Troje de la avenida Capitán Víctor Uztariz de Cochabamba. Días antes yo había concertado una reunión con ella. Tenía cierta proximidad en el colegio porque era compañera de curso de mi hermana mayor. La anterior vez que había interactuado fugazmente con ella se produjo en 1990, cerca de la plaza Isabel La Católica de La Paz. La recogí a las 16:00 y conversamos sobre el Juan XXIII. Comentó que, durante la entrevista, había narrado que -entre otros temas- en Barcelona discutió con Chesco en 1995. Me aseguró que (después me percaté que había evitado la precisión en el documental) se reunió con el cura en la casa de dos voluntarios catalanes que habían trabajado en el internado: Xavier Masllorens y María Concepción Ferré, quienes habrían organizado una barbacoa o parrillada de la que, asegura la educadora precoz, no saboreó ni un bocado porque se marchó disgustada.

    El 12 de julio de 2025, escribí a Xavier Masllorens para confirmar el dato. Al día siguiente, me respondió: “Cesc Peris solamente ha estado en nuestra casa una vez en la vida, en el año 1979 para despedirnos antes de marchar nosotros por primera vez al Juancho. [Ella, la educadora precoz] ha estado con nosotros varias veces, como amiga y casi ‘ahijada’ de Ima, pero no sabemos si coincidió en Barcelona con Peris alguna vez ni dónde”.

    En “La Fugida”, la educadora precoz afirma que quedó “perpleja” por la respuesta de Chesco: “Me dijo: ‘Tú, tú has arruinado mi estadía en Bolivia, porque yo, cuando fui a Bolivia, tenía que quedarme por lo menos 30 años más, pero por tu culpa solo me he quedado un año’. Yo le dije: ‘No por mi culpa, sino por tus fechorías, porque tú nos has traicionado como educador, como cura, como padre…, nosotros les queríamos tanto [especulo que el plural incluye a Pica y a Vicu]… Y a todas las niñas que has abusado, que les has…, que les has trastornado sus vidas porque ahora ellas, no sabemos cómo estarán sufriendo ese abuso que tú has hecho. Así que tú no me digas que ha sido un mal entendido’”. Estas palabras indican que su enojo por lo ocurrido persistía en 1995.

    Aquel 1983, ella cumpliría 17 o 18 años, formaba parte de la promoción del colegio. A pesar del coraje de sus actuales expresiones, es probable que en aquel tiempo los argumentos del director General la silenciaron porque era una joven obediente que formaba parte de una rígida estructura de poder. En Barcelona, a los 29 o 30 años, con mayor experiencia, con cientos de batallas superadas, sin el corsé de la obediencia y con la bronca encendida, por qué no denunció a Francesc Peris Boixeda si era conceptualmente consciente de que había “traicionado” como educador, como sacerdote y como padre (¿?) y si era plenamente consciente de que había mujeres con “vidas trastornadas” que sufrían las secuelas por los delitos que soportaron en el Juan XXIII. ¿Por qué no denunció a Sex Penis antes del documental de la televisión catalana? Para despejar esta cuestión, intenté entrevistarla, incluso le envié una carta con las preguntas, fracasé. Me respondió con silencio.

Ineptitud o ignorancia

    El director General del internado, Carlos Villamil Olea, falleció en enero de 2023 a los 80 años aquejado de Alzheimer, afirma su orden, y el director de Estudios, Saúl Soza Torrico, en octubre de 2020, a los 62 años, durante la pandemia del coronavirus. Por ello, recurrí a uno de los pocos antiguos educadores que trabajó aquel año en el internado Juan XXIII: José Samir Makaren Chávez (Promoción 1972), quien se desempeñaba en 1983 como director de Trabajo y ejercía también un poder innegable en colegio. Lo entrevisté el 10 de julio de 2025.

    Tras describir el contexto, le pregunté si Vicu le había convocado a alguna junta de directores para discutir el caso Chesco en 1983. Me respondió con frases breves: “No me llamaron [a ninguna reunión]. Recién me estoy enterando. Yo no sabía nada [sobre Chesco]”. Insistí indicando que Saúl Soza Torrico había participado y replicó: “Entre ellos hacían sus cosas. Saúl no me ha comentado nada. Él era reservado”. José Samir solamente recuerda que Francesc Peris Boixeda “cuidaba arriba [los dormitorios de la segunda planta] y que el 83 “cayó en paracaídas” al internado. Le solicité que vea “La Fugida” y que lea los testimonios publicados en el libro “Pederastia y Educación” de Miguel García Angelo (Promoción 1992) para que comprenda la magnitud del problema. Preferí no insistir, aunque rememoré que -cuando conversé con él sobre el financiamiento y la construcción de Cocaraya (una extensión del Juan XXIII en el municipio de Sipe Sipe)- recordaba incluso la cantidad de las cucharillas que habían comprado para equipar el nuevo internado.

    La actitud y las palabras de José Samir coinciden con las de otros oxis de aquel tiempo; por ejemplo, los ya nombrados Xavier Masllorens y María Concepción Ferré, quienes -cuando estalló el escándalo de Pica - publicaron el 4 de mayo de 2023 desde Aiguafreda (provincia de Barcelona, Cataluña) un comunicado en cuyo primer punto afirman: “Durante los años 1979-81 y 1985-87 formamos parte, como voluntarios, del equipo de educadores del Colegio Juan XXIII de Cochabamba, un proyecto educativo innovador y una auténtica escuela de líderes sociales que se formaron en la denominada “Comuna juvenil Pequeña Nueva Bolivia…” y añaden en el punto 3: “Lamentamos profundamente no haber observado en cuatro años de convivencia esa tremenda sombra, devastadora, entre las luces del liderazgo de Alfonso Pedrajas…”. No se enteraron de nada, no recuerdan nada, no saben nada.

    La actual actitud de los esposos Masllorens-Ferré me conmueve. Sobre el caso Chesco en el Jesuites Casp, tras explicar su relación con la educadora precoz, Xavier Masllorens manifiesta: “En todo caso nosotros supimos el mal de Chesco mucho después”, aunque admite: “Coincidí con Peris en el colegio de Casp (Barcelona), yo como director de bachillerato nocturno y él en la Secundaria de diurno”. Aclara sobre los señalamientos en contra de su amigo y colega: “En cualquier caso, mientras tuve alguna relación con el colegio (hasta 1987), nunca en el consejo de dirección hubo una sombra de sospecha, ni de Peris ni de otro jesuita que ha salido a la luz por un pecado similar”. Si en el Jesuites Casp, donde además sus tres hijos estudiaron, aunque no pueden confirmar si Chesco fue su profesor, desconocían las actividades secretas de este individuo, peor en el caso del internado Juan XXII. Ellos actuaron como “educadores” ciegos, sordos y mudos.

Obediencia perfecta

    En el minuto 01:09:00 de la “La Fugida”, el abogado contratado por ASIA-23, seguro de sí, enciende el debate. Asegura: “Yo creo que sería exagerado decir que [los jesuitas] estaban organizados, pero sí entre toditos sabían, absolutamente, no solo por la confesión que los jesuitas van manifestando periódicamente en sus actos de conciencia y su desnudez que tienen que presentarse ante sus superiores [se refiere a la cuenta de consciencia]. Lo sabían”. ¿Por qué cree que “sería exagerado” decir que los jesuitas estaban “organizados”?

    Trasladar a Sex Penis desde Barcelona a Cochabamba para invisibilizar sus “actividades extracurriculares” en el colegio Jesuites Casp, supone que alguien defina objetivos y que coordine recursos humanos, financieros y logísticos para lograrlo, implica identificar actividades, agruparlas y dividir el trabajo, en el sentido de asignar responsabilidades. Ergo, existe una organización, que esta sea compartimentada, como en las guerrillas latinoamericanas del Siglo XX, es otro asunto.

    Enumero algunas imágenes que asocio con el abogado, quien fue una figura admirada en la comuna Penubol. Lo veía próximo a Faustino Torrico, un militante del Frente Obrero del Movimiento de Izquierda Revolucionaria que vivía y trabajaba en el Juan XXIII. En sus discursos, en las asambleas recitaba los conceptos básicos del materialismo histórico que había aprendido de Marta Harnecker. En 1981, lo vi retornar desde Santiago de Chile tras participar, junto a A.M. y W.L., sus compañeros de curso, en un Congreso de las Comunidades de Vida Cristiana (CVX). En abril del mismo año, en su condición de jefe cocinero, ayudó a esconderse a Alfonso Pedrajas Moreno, primero, y a Faustino Torrico, después, en un zulo de la despensa de la cocina del colegio. Estudió Sociología. Fue una sorpresa enterarme que también había estudiado Derecho en una universidad privada. Publicaba ensayos en Somos Sur, por ejemplo, sobre la guerra del agua en Cochabamba.

    Considero que es oportuno otorgarle el beneficio de la duda y pensar que esas declaraciones solo constituyen un “lapsus mentis”. En sus informes a los exalumnos del Juan XXIII subrayaba que había que demandar a la MAE (máxima autoridad ejecutiva) de la Compañía de Jesús en Bolivia porque existía responsabilidad institucional. Por estas propuestas, respaldé su contratación ante el Directorio de ASIA-J23, aunque el Presidente de esta institución, Hilarión Baldivieso, se oponía.

    Tras escuchar los testimonios de las víctimas del internado Juan XXIII, en su rol de abogado contratado por los exalumnos, afirma que los jesuitas “lo sabían”, refiriéndose a los abusos sexuales de los sacerdotes de sotana negra, como Chesco. Esta perspectiva constituye una verdad de Perogrullo que contrasta con la posición de los voceros de la Compañía de Jesús.

    En el minuto 23:26 de “La Fugida”, el portavoz de los jesuitas en Bolivia, director de Agencia de Noticias Fides y recientemente designado director general de Radio Fides, Sergio Montes Rondón, afirma impávido: “Del caso Peris ni el provincial ni yo tenemos ni idea. Nosotros un poco lo hemos conocido a propósito de las cosas que han ido saliendo, porque como ha sido una persona que ha estado ocasionalmente aquí [en Bolivia], tampoco hay registros. No tenemos datos concretos. En el caso de Peris, tampoco tuvimos ningún conocimiento ni ninguna denuncia previa, no se ha recibido denuncias sobre Chesco”. Llama la atención que inicie su intervención aludiendo a Peris por su apellido y concluya nombrándolo por su apodo; pero alarma que asegure que el provincial Bernardo Mercado Vargas desconocía datos sobre la estadía de Francesc Peris Boixeda en Bolivia el año 1983, como si este hubiera viajado desde Barcelona hasta Cochabamba por su cuenta. Montes Rondón desoye al Papa Francisco quien -durante la 57ª Jornada Mundial de la Comunicación- aconsejó: “Hablar con el corazón, en la verdad y en el amor”.

    Las palabras de Montes Rondón coinciden plenamente con las de Osvaldo Chirveches Pinaya, el delegado de protección de la Compañía de Jesús en Bolivia en 2022 y ex provincial de los jesuitas en Bolivia, cuando le presenté el caso de Chesco (cf. infra). Por la actitud y las expresiones de ambos jesuitas, concluyo que ejercen la “obediencia perfecta”, el intertítulo de este apartado que tomé de una película sobre la pederastia en México y en cuya apertura incluyen una frase atribuida a Ignacio de Loyola: “Actúas y piensas como aquel que te pide hacer las cosas, como aquel a quien amas, eres un báculo sin voluntad, como un cadáver”. Recordé el discurso de transición pronunciado por Ignacio Suñol Esquirol, cuando -el 22 de junio de 2022, en la Parroquia de Santa Vera Cruz- entregó el mando al actual provincial Bernardo Mercado Vargas. Suñol Esquirol, apoyándose en las constituciones de su señor, subrayó la importancia de la obediencia.

Enjuiciar a los muertos

        En el minuto 01:10:30 del documental de 3CAT, el abogado contratado por ASIA-J23 aclara la conducta jurídica de la Compañía de Jesús. Manifiesta: “Ellos están haciendo los procesos penales a los muertos y a los vivos les han permitido huir, como a Chesco…”. Tras estallar el caso Pica, por la publicación del periódico español El País el domingo 30 de abril de 2023, el primer día hábil de la siguiente semana, el 2 de mayo, el Ministerio Público de Bolivia abrió un caso de oficio. Un día después, el provincial Bernardo Mercado Vargas denunció a Pica cuando los mismos jesuitas lo habían enterrado el año 2009.

    Puesto que es imposible juzgar a los muertos, la Fiscalía acusó a dos ex provinciales de la Compañía de Jesús, Ramón Alaix Busquets y Marcos Recolons de Arquer, por el presunto delito de encubrimiento tipificado en el artículo 171 del Código Penal: "El que después de haberse cometido un delito, sin promesa anterior, ayudare a alguien a eludir la acción de la justicia u omitiere denunciar el hecho estando obligado a hacerlo, incurrirá en reclusión de seis meses a dos años". El juicio oral se inició el miércoles 16 de julio y concluyó el martes 2 de septiembre de 2025.

    El Juez de Sentencia Penal, Anticorrupción y Contra la Violencia Hacia las Mujeres No. 4, Samuel Vargas Siles, pronunció una sentencia condenatoria en contra de ambos, “al haber resultado la prueba producida en el juicio, suficiente para que el Tribunal adquiera la plena convicción de su responsabilidad”. Les impuso la pena de un año de privación de libertad en la cárcel de San Sebastián de Cochabamba, “con la reparación de todos los daños civiles a favor de las víctimas”, una vez que la sentencia “adquiera la calidad de firme”. Leyeron la sentencia de 95 páginas el viernes 5 de septiembre mediante una plataforma de Zoom.

    Estas evidencias permiten comprender que los jesuitas, en el espacio público, se presentan inflexibles frente a los pederastas fallecidos y extremadamente comprensivos ante los abusadores vivos, aunque conozcan sus pecados y delitos más atroces gracias al instituto de la “cuenta de consciencia al superior”. 

    El portavoz de los jesuitas en Bolivia, Montes Rondón, en el documental “La Fugida” admite: “Cualquier autoridad, sea un provincial, sea un superior, que haya podido conocer esto [el caso Chesco], tiene que ser investigado, necesariamente tiene que ser investigado”. Más adelante, reconoce -como “uno de los grandes errores de la jerarquía” del clero católico- que “las autoridades”, que conocen o conocieron casos de abusos sexuales en contra de niños y adolescentes bajo su protección, consideren -en el “plano moral”- que se trata solo pecados, por lo que los invisibilizan “como un delito”.

    El año 2005, por fin, los jesuitas apartaron a Francesc Peris Boixeda de la docencia en el Jesuites Casp. El provincial en ejercicio aquel año, Pere Borrás, explica su decisión en el documental: “Francesc era un tío, una persona muy popular, tenía muchos amigos y era muy exitoso. […] Entonces yo fui un poco contra corriente de muchos. Algunas familias y personas decían: ‘Has sido demasiado duro sacándolo del colegio ahora, que acabe, […], que se jubile y que se vaya’. Yo actúe un poco solo, la verdad, porque no tuve apoyo de, no hablo de la Dirección del colegio, hablo de la gente, gente que me conoce, que me paraba en la calle: ‘Oye, ¿qué has hecho con Francesc?’ No sé si hice bien o mal. Hice lo que pensé que podía hacer: Apartarlo del mundo escolar, del mundo de la infancia”. La decisión del provincial Borrás esconde dos axiomas. Muchos estudiantes ya aludían a Chesco como Sex Penis, primero, y el voto de obediencia, segundo, lo obligaba a revelar sus andanzas más íntimas ante su padre superior, el mismo Pere Borrás, para quien escucharlo equivaldría a ver una película XXX de abuso infantil.

    El numeral 551 de las Constituciones de la Compañía de Jesús, acuñadas por Ignacio de Loyola, establece que tengan a su superior “grande reverencia interior, considerando y reverenciando en ellos como si fuera el mismo Jesucristo. Muy de corazón los amen como a padres y procedan en espíritu de caridad, ninguna cosa les tengan encubierta ni exterior, ni interior, deseando que tengan conocimiento de todo, para que puedan mejor en todo dirigirlos en la vía de la salud y perfección. Profesos y Coadjutores formados [todos los jesuitas], una vez al año - y las demás veces que al Superior le pareciere conveniente- estén dispuestos a descubrirle sus consciencias”. Los jesuitas abren ante sus padres superiores sus cajas (conciencias) que contienen peores infamias que las de Pandora.

    Los especialistas, como el jesuita José Luis Sánchez-Girón Renedo, interpretan estas directrices como la “cuenta de conciencia al superior” que consiste en la manifestación confidencial por parte de un religioso a su superior de aspectos que se refieren a su vida pública, pero sobre todo a su vida privada e íntima, con el fin de recibir “ayuda espiritual” y también indicaciones en relación con su vida personal y su trabajo (apostolado). Así, los jesuitas pretenden cumplir mejor la “voluntad de Dios” (lo que ellos definen como la “voluntad de Dios”), mediante la ayuda de alguien superior en jerarquía a quien confían sus dificultades, inquietudes, aspiraciones, mejoras e, incluso, sus pecados y delitos; en consecuencia, reciben consejos, orientaciones y órdenes. Sex Penis lo contaba todo a sus superiores (en un acto diferente al sacramento de la confesión), quienes lo absolvían de sus pecados y de sus delitos. 

    Hasta ahora, reflexiono y busco pistas para comprender por qué, con sus omisiones, dirigieron la misión, el “apostolado”, la vida de Chesco hacia el delito de la pederastia. El año 1983, por encubrirlo, decidieron trasladar el problema desde Barcelona hasta Cochabamba y desgraciaron la vida de decenas de adolescentes que estudiaban y trabajaban en el colegio internado Juan XXIII.

Francesc Peris Boixeda, derecha, y el jesuita Carlos Arce Barreda, administrador del Juan XXIII en 1983.

ÚLTIMA PARTE

Guía de Cultura

    Chesco heredó la mayoría de los roles de Pica en el Juan XXIII. Una de estas funciones era la de responsable de Cultura, es decir, de tutor de los adolescentes que habían ingresado durante las gestiones 1982 (Segundo de Cultura) y 1983 (Primero de Cultura). Por esta razón, dormía en una pequeña habitación de entre los dormitorios colectivos de los chicos y de las chicas ubicados en la segunda planta del bloque central. Debía velar por las relaciones cotidianas entre los estudiantes y por su crecimiento humano. Por ello, por ejemplo, organizaba un campamento de una semana en Chiltupampa (municipio de Sipe Sipe) para los de Segundo de Cultura y reuniones de diagnóstico/evaluación para los de Primero de Cultura en la Casa de la Taquiña.

    Un exalumno de la Promoción 1992, Miguel García Angelo, publicó en noviembre de 2024, un texto titulado con un oxímoron: “Pederastia y educación, El lado oscuro de los jesuitas en el colegio particular internado Juan XXIII de Cochabamba y el modelo pedagógico que revolucionó la educación en Bolivia”. En el capítulo II: “Testimonios de víctimas de abusos sexuales…”, reproduce el testimonio de una adolescente del año 1983 a quien asigna el nombre ficticio de Rafaela. Ella cumpliría este año entre 55 y 57 años.

    Rafaela narra: “Chesco entraba siempre ahí [al dormitorio de chicas de Cultura]. Como Pica entraba al dormitorio después de apagar las luces, seguramente para verificar que estábamos dormidas, lo mismo hacía Chesco. Claro, nosotras nos dormíamos y no pasaba nada”. Que el oxi responsable de Cultura ingrese a los dormitorios por las noches, antes y después de que apagaran las luces, era una actividad normal, nadie la cuestionaba. Algunos exalumnos de las primeras promociones (1970-71) me contaron que Enrique Coenraest Jacquelott, el sacerdote fundador del Juan XXIII en 1964, también rondaba por los pasillos de los dormitorios colectivos cada noche.

    En el dormitorio de chicas, ocurría algo raro y Rafaela se había percatado de ello. “En la cama de lado dormían dos personas. Se llamaba Josefina (nombre ficticio) y la otra Esperanza (también nombre ficticio). Eran personas que siempre se enfermaban y Chesco era el enfermero del colegio. Ellas siempre paraban enfermas. Para nosotras era molestoso, porque era recurrente que se enfermaran. Por no pasar clases, decíamos. Llegaba el fin de semana y ellas estaban sanas. Lo chistoso era que nosotras teníamos que llevarles el desayuno, el almuerzo y la cena a sus camas. Y el Chesco permitía todo eso”, relata. Estas palabras me recuerdan las tertulias en el Condominio a finales de 1990 cuando emergió el caso Chesco. Presumo que Josefina y Esperanza son las dos guapas chicas de Primero de Cultura de las que Sex Penis “se había aprovechado”.

    El testimonio de Rafaela es creíble por los detalles que describe. Cuenta: “En la cama de lado dormía Esperanza. La mía daba hacia la ventana y al frente eran las otras camas. Chesco entraba. Venía a hacer vigilancia. Venía más o menos como a la una o dos de la mañana. Se apoyaba en la cama de Esperanza. Debe estar con fiebre, decía. No te das cuenta. Eres inocente. Yo decía, ella debe estar enferma y por eso venía a verla”. Sin proponérselo ni mal pensar, descubrió las fechorías de Sex Penis, quien procedía con tácticas similares a las de Pica Pedrajas en el dormitorio de los varones.

    Un tiempo después de su descubrimiento, ocurrió lo peor para Rafaela porque despertó en un momento inoportuno, porque su catre estaba próximo al de Esperanza y porque había visto las acciones de Chesco. “Era agosto, más o menos, y hacía frío. Yo tenía la costumbre de dormir de espalda. Una noche sentí algo en mi estómago, como que me apretaba. Sentía que me apretaba. Sentí abajo que algo me estrujaba. Ese rato desperté, y como mi cama era arriba, lo vi parado [a Chesco]. Lo vi. Estoy segura. Todavía me dijo: ‘Tápate, estás destapada’. Y se fue. Al momento de recorrerla frazada vi que mi camisón estaba subido y mi ropa interior estaba bajada. Me sentí sucia. Ni siquiera sabía de tocar a un chico, ni de besar. Nada. Me sentí mal. Me volví tonta. Miré si mis compañeras habían visto. Me sentí sucia. Uno piensa ese rato: ¿Qué he hecho? ¿Por qué a mí?”, refiere Rafaela. La imagino compungida, crispada y deshecha cuando expuso su testimonio. Pronuncia dos veces una oración profundamente significativa: “Me sentí sucia”. ¡Qué sufrimiento!

    Agosto es un mes especial en Cochabamba. Miles de peregrinos, entre ellos trabajadores de los centros mineros, participan de la Festividad de la Virgen de Urkupiña. Algunos papás de los estudiantes del Juan XXIII visitaban Quillacollo. Probablemente, por este detalle, Rafaela recuerda con claridad el mes durante el cual sucedió el delito que desgració su existencia. Este incidente, sin embargo, confirmó uno de sus temores. Ella afirma: “Pero la primera vez que me pasó, no sabía qué pasaba también a mis otras compañeras, pero algo pasó”. Su experiencia le permitió comprender qué ocurría con Josefina y Esperanza cuando Sex Penis se aproximaba a sus camas.

    Poco tiempo después, el mundo adolescente de Rafaela se derrumbó. Narra: “Y la segunda vez, debió pasar una semana o dos después de la primera, igual volvió. Me desperté más tarde. Debo estar asustada, dije. Estaba mal, muy mal. Él era mi profesor de Psicología y Estética. Me daba miedo verle. No le miraba la cara en las clases. La segunda vez, cuando me desperté estaba con un fuerte dolor. Tenía un dolor en mi parte íntima. Espero que me entiendas. Sentí que hubo penetración. Me ardía. Me dolía fuerte. Me desperté de golpe y él [Chesco] estaba cubierto con mi frazada. Veía sus ojos asquerosos azules, verdes. Unos ojos feos, con una mirada bien fea, asquerosa. Lo vi. Me asusté. Me destapé y él sacó su mano. Desde ese día me ardía al orinar. Desde esa vez ya no quería ir a sus clases, ni mirar, ni nada. Ya no quería. Después del almuerzo fui al baño y me seguía ardiendo. Todavía no menstruaba. Recién fue a los 17 años. Esa vez me dolió mucho. Fue como si me hubieran rasgado”. Las expresiones de Rafaela revelan que fue un ataque brutal, feroz y cruel.

    Los pensamientos existenciales de Rafaela: “¿Qué he hecho? ¿Por qué a mí?”, desafían, exigen explicaciones. Chesco no es un simple pederasta, un violador compulsivo que opera gobernado solo por sus bajos instintos. Percibo que Sex Penis la eligió porque ella sabía demasiado, había visto demasiado y, por su carácter indomable, presagiaba que lo denunciaría en cualquier momento. Entonces, optó por atacarla para silenciarla, para callarla, para apropiarse de sus sentidos, de sus pensamientos, de sus palabras, de su conciencia.

    El testimonio de Rafaela coincide plenamente con el de Juana, una adolescente de 14 años, que había ingresado al internado en 1983, que le cuenta su desventura a Julio Núñez, el periodista El País de Madrid, quien publica el 13 de mayo de 2023 un relato titulado “Nuevas acusaciones en Bolivia a raíz del diario de un cura pederasta: ‘Había otros jesuitas que abusaban de niñas’” (cf. Infra). Presumo que ambas, Juana y Rafaela, por separado, en sus círculos de confianza, revelaron a sus confidentes, también adolescentes, los abusos a los que Sex Penis las había sometido. Hoy, mujeres adultas, 40 años después de su amarga existencia, relataron con valentía su historia.

    Desde una perspectiva diferente, una estudiante de Segundo de Cultura de aquel año explica que, en su condición de guía de Cultura, el trato de Chesco “no era igual con todas las mujeres”. Complementa: “Era amigo de muy pocas de nosotras; pero tenía un control de todas las actividades que hacíamos”. Lúcidamente rememora la experiencia que vivió con dos de sus compañeras de curso. “No entramos a una eucaristía y tampoco fuimos a la biblioteca (se suponía que debíamos estar en una de ellas). Él se dio cuenta y fue en nuestra búsqueda. Nos encontró en el dormitorio, escondidas bajo la cama. Él sabía que estábamos ahí..., pero solo susurro algo y se fue. Era muy extraño”.

    Ella confirma que Sex Penis ingresaba por las noches al dormitorio de mujeres después de que apagaban las luces. “Recuerdo la personalidad de Chesco como un hombre raro en toda la expresión de la palabra. Hablaba poco, parecía estar pensativo todo el tiempo. [Era] muy retraído... Lo que siempre me llamó la atención es por qué entraba por las noches a nuestro dormitorio. Entraba en silencio y paseaba alrededor de las camas”. Tras escuchar la explosión del caso Pica el año 2023, manifiesta: “Personalmente puedo asegurar que tenía el mismo perfil de Pica. Siempre lo pensé así. Solo que era muy pequeña y no le di la mayor importancia”. Su intuición y la información a la que accedía le permitieron identificar a ambos pederastas.

Enfermero malhechor

    Una estudiante de la Comuna, a quién llamaré Isabel, quien trabajaba en la granja de cerdos, narra que cierto día, después de las vacaciones de invierno de 1983, su equipo decidió vaciar el depósito de estiércol. “Nos metimos como a la piscina. Fue una experiencia terrible”, relata. Aunque el director de Trabajo, José Samir Makaren Chávez, pretendía buenas condiciones laborales, existía cierta inseguridad laboral.

    Ni el overol ni las botas que cubrían a Isabel la protegieron. Ella enfrentaba problemas dérmicos en los brazos y desde la cintura hasta los pies. Un sarpullido se propagaba entre sus muslos y sus piernas. Denominó a su estado: “Una grave alergia” que le generaba escozor y picazón, por momentos insoportables. Una noche, después de la hora y media de estudios que todos aprovechábamos, entre las 20:30 y las 22:00 aproximadamente, afirma que, por emergencia, fue la enfermería a “buscar ayuda médica”.

    Relata Isabel: “Tal fue mi sorpresa que al tocar la puerta de la enfermería me atiende Chesco. Me hace pasar y me dice que me eche en la camilla para revisar lo que le expuse con mi alergia. Cuando me echo en la camilla, empieza a revisar mis brazos y me dice que me baje el pantalón para revisar el resto de mi cuerpo. En ese momento empieza a tocar mis piernas diciéndome que primero tenía que revisarme y ver qué medicamento tenía que administrarme y aliviar el escozor. Fue entonces…, me baja la ropa interior y empieza a frotarme con una pomada en mis partes íntimas diciéndome que él, como sacerdote, no me estaba haciendo nada malo y me tranquilice. Pero vi que empezó a tocarse sus partes íntimas y se desabrochó el cinturón. Ante esta situación anormal, quise levantarme ya que vi en él una actitud que me asustó y entré en pánico. Fue entonces que, con su fuerza masculina, impidió que me moviera de la camilla, al mismo tiempo que me tapaba la boca para que no pida ayuda o grite. Y no sé en qué momento él ya estaba encima mío vejándome sexualmente”.

    Percibo que Sex Penis, como Pica, recibió entrenamiento para controlar, inmovilizar y silenciar personas. Isabel, una adolescente de 15 o 16 años, más alta y más robusta que el promedio de sus compañeras y que además atendía a puercos gigantescos importados desde Monteagudo, sucumbió ante la fuerza y las destrezas de Chesco. Ella refirió: “Luego que abusó de mí, me puse a llorar y me dijo que eso era normal y les sucedía a todas las niñas del internado, que no avise a nadie porque, si hablaba de eso, podían expulsarme”. Sex Penis la extorsionó. Sabía que todos tenían pánico a la expulsión del paraíso construido por los súbditos del Cojo de Loyola.

    A partir de aquella infausta noche, la existencia de Isabel se trastornó. “Desde ese día, mi vida en el Juan XXIII fue un tormento puesto que no quería estar sola para evitar que este hecho se repita. Él siempre me andaba acosando, lo que perjudicó en mis estudios y relaciones humanas, ya que tuve un rendimiento bajo académicamente y mi relación con mis compañeros ya no era la misma”, relata atribulada.

    Revisé las fotografías del cuadro de su promoción y verifiqué que se marchó del Juan XXIII antes del bachillerato. Ella confirmó: “Estuve hasta 1984”. Su opción por el silencio fue insuficiente. Concluyó su testimonio: “Esto que me pasó no avisé a nadie ni a mi familia...”. La publicación de El País del Madrid del 30 de abril de 2023 sobre el caso Pica la convenció de que debía hablar para sanar y para evitar que otras niñas y adolescentes padezcan abusos similares. La primera vez que me contacté con ella para preguntarle qué sabía sobre la estadía de Chesco en el internado, me respondió: “Yo fui víctima de él”. Esperé un prolongado tiempo para escucharla.

    Antes de la pandemia del COVID-19, conversé con otra comunaria de aquel 1983, que cumplía su cuarto año en el internado. La nombraré Marianela. Charlamos sobre lo que sucedía en nuestro colegio hasta que surgió el tema Carlos Villamil Olea, Vicu. Comenté que había rumores que, por las noches, solía llevar a algunas jóvenes a su dormitorio del Gallinero, la granja de pollos de la que él era administrador. Ella aseguró que nunca le había ocurrido y que, si algo le molestaba hasta el presente, era la conducta de Chesco.

    Marianela cuenta que, cierto día de junio de 1983, acudió a la enfermería porque Sex Penis había planificado una revisión, aunque ella no presentaba ningún síntoma de enfermedad. Relata que, con el pretexto de un examen clínico de mamas, le ordenó quitarse la chompa, la blusa y el corpiño. ¿El enfermero pretendía detectar bultos, cambios en la piel o secreciones en las mamas de una joven de 16 o 17 años? Los médicos aplican técnicas de palpamiento e inspección visual a mujeres mayores de 20 años para detectar síntomas de cáncer.

    La ahora adulta narró que el tono imperativo de Chesco Peris era difícil de desobedecer y que, en contra de su voluntad, de sus gestos de desagrado y de su molestia, se desnudó frente al sacerdote, quien con el mayor impudor la manoseó. Ella también optó por el silencio. Afirmó que era la mejor manera de proteger su dignidad. Intuía que la mentalidad colonizada de sus compañeros y de su familia la condenaría. Este testimonio me animó a incluir a Chesco en el testimonio que envié al provincial Ignacio Suñol el 10 de junio de 2022, pese a la intención Osvaldo Chirveches de borrarlo sin mi consentimiento.

    El enfermero Peris también administraba la farmacia y medicaba a los estudiantes, como Pica. Rafaela, la adolescente ultrajada en el dormitorio, cuenta que después de la segunda agresión de Sex Penis se reunió con dos de sus compañeras de dormitorio. Compartieron experiencias. Entre las tres escudriñaron por qué Chesco se aproximaba a los catres de las chicas y las tocaba mientras dormían. Una de ellas afirmó: “Debe darnos tabletas para dormir”.

    Entonces idearon un plan para descubrirlo. “Dijimos que cada una vaya con distintos dolores y ahí veremos qué nos da. Y les dije que no lo haría, Al final fuimos. Yo no entré, pero ellas sí. Salieron y efectivamente era la misma tableta. Entonces dijimos que no la tomaríamos más [para estar despiertas]. Justo ese día vino el Chesco y se acercó a una. Eso debe darles a las dos [a Josefina y Esperanza], dijimos, por eso siempre están enfermas. Hicimos bien al pensar mal”, narra Rafaela en el compendio de Miguel García Angelo.

    El abogado contratado por ASIA-J23, en su reporte del 30 de abril de 2024, cuando se cumplía un año del estallido del escándalo sobre el caso Pica, publicó un texto titulado “¡No a la impunidad!”. En la parte inferior de la página 9 de este escrito, claramente relaciona una fotografía de Francesc Peris Boixeda con el artículo 308TER (Violación en estado de inconsciencia) del Código Penal boliviano. ¿Significa que había escuchado el testimonio de alguna víctima de Chesco sobre el uso de pastillas para dormir? Deduzco que la persona que Miguel García Angelo denomina Rafaela en su libro le contó al abogado el hallazgo que había logrado con la ayuda de sus compañeras de curso. Extrañamente, este abogado no pronunció ni una palabra sobre este asunto para el documental de los investigadores catalanes que lo entrevistaron la tarde del lunes 20 de noviembre del 2023 en el centro cultural La Troje, cuando conversaron también con la educadora precoz (cf. Infra). Solo Rafaela puede despejar la fecha de la exposición de su testimonio frente al abogado.

    Otra señal de que los jesuitas pederastas dopaban a sus víctimas se encuentra en el reportaje titulado “Algunas noches me sacaba de la cama y me llevaba en brazos para abusar de mí: El testimonio de una víctima del jesuita español Alfonso Pedrajas en un internado en Bolivia”, escrito por la periodista Valentina Oropeza y publicado por la BBC News Mundo el 6 junio 2024, en esta historia, Pablo (nombre ficticio) narra: “Empecé a tener problemas de sueño. De hecho, no sabría decir qué eran, pero me daban unos frascos en la enfermería para que yo pudiera tomarlos. Cuando sabes que este tipo de cosas te pueden ocurrir, pasas en vigilia uno o dos días. Y de repente no pasa nada. ¿Cuál es tu opción? Tienes que seguir. Creo que ninguno de los compañeros que sufrieron lo mismo pudieron dormir con tranquilidad mientras estuvieron allá”. Estos indicios sugieren que los pederastas encontraron un dispositivo para atacar a sus víctimas y para que, después, se apacigüen y conciliaran el sueño.

    Después de las vacaciones invernales del año 1984, cuando yo fungía como el Secretario General de la comuna Penubol, decidí encarar Pica por su conducta pederasta durante sus visitas nocturnas al dormitorio de los varones de Cultura. Lo hice porque evalué que él ya no tenía opción de expulsarme del colegio. Minimizó el problema y se limitó a decir que era algo que ocurría “entre papás e hijos” y que lo suyo solo era “una expresión del cariño”. Me desconcertó. Desde aquel día, yo vivía deprimido y estresado, a veces, no podía ni dormir. Cuando se dio cuenta de mi estado, me llamó y me dio tres pastillas sin blíster para que me tranquilice. Sin el empaque, no disponíamos de información sobre el medicamento. Deduzco que me suministró diazepam o algún ansiolítico parecido. Pica y Chesco, ambos enfermeros, compartían la práctica de dopar a los estudiantes.

Consejero espiritual

    Una estudiante de la Comuna, quien aquel 1983 cumpliría 17 o 18 años, me contó que había decidió participar de la primera comunión por “solidaridad” con una de sus amigas. Narra que su familia, de ascendencia aymara, era católica; pero “no militante”. Asegura que, porque vivían en una población alejada del norte de Potosí, antes de partir hacia el internado, solamente asistía a misas durante las fiestas patronales de su pueblo.

    La recuerdo introvertida. Sonreía ocasionalmente. Evitaba practicar deportes; nunca la vi en la cancha de volibol ni en la de básquet. Siempre lucía sencilla. Reconoce que “era tímida y poco expresiva con los curas”, refiriéndose a Pica, Vicu y al recién llegado Chesco.

    Narra que un jueves la convocaron a un rito de capacitación nocturna. La pequeña capilla del colegio se encontraba en un pasillo empedrado que unía el pasillo L y el camino de tierra trasero que conducía a la cocina, la lavandería y algunas fuentes de trabajo, como la chanchera y la vaquería. Asevera que la acompañaron dos condiscípulas porque era una de las escasas postulantes de la Comuna.

    En un ambiente apenas iluminado por dos velas, sus compañeras se sentaron en los troncos que hacían de sillas y rezaban cabizbajas. Manifiesta que ella permanecía de pie frente a un crucifijo de madera con tallados andinos. Narra que, de pronto, Sex Penis, que se encontraba detrás de ella, la abrazó levemente por los hombros y, poco a poco, bajó sus manos hasta que le tocó un pecho. Ella asegura que quedó “petrificada, sin capacidad de movimiento”. Tras percibir su rigidez, afirma, el agresor se alejó disimuladamente.

    Relata que, desde aquella noche, evitó incluso cruzarse con el cura, quien le regaló una biblia latinoamericana con tapas azules, como a algunos de los que recibieron la hostia por primera vez. Manifiesta que años después, tras reflexionar sobre el incidente, decidió abandonarla en el monte, durante una de sus visitas al tata Illapa. Conmovida expresa que optó por el silencio y que nunca lo contó a sus compañeras ni familiares porque consideraba que -si lo hacía- “podían creer” que ella lo había provocado. Hoy vive libre, lejos de los ritos y símbolos católicos.

    Esta historia me recuerda las eucaristías dominicales. Los curas Pica y Vicu, bajo las enseñanzas de Pedro Basiana Cornet, aprovechaban las innovaciones litúrgicas del Concilio Vaticano II, cuna de la teología de la liberación y de las comunidades eclesiales de base. Presidía siempre Pica. Lucía un poncho blanco con figuras andinas, como Los Kjarkas, en vez de sotana. A su lado, parco, como si orara, Vicu vestía una chamarra verde de proletario. Acicalándose la barba de rato en rato, Pica interpretaba con su guitarra española diversas canciones cristianas. Lo secundaban dos o tres artistas juanchos con guitarras y un bombo. Después me enteré que ensayaban sus presentaciones. Había cancioneros para todos. Cantábamos a toda garganta. Me gustaba gritar dos himnos: “Hacia ti, morada santa; hacia ti, tierra del salvador…” y “Rebelde, rebelde, joven rebelde de Nazareth…”. Sin comprender sus alcances, me sentía un zelote, como el apóstol Simón que pretendía expulsar por la fuerza a los romanos de Judea.

   Las misas se convertían en verdaderas asambleas/fiestas del pueblo de dios. Se prolongaban hasta dos horas o más. Los jóvenes fieles participaban desde los ritos iniciales. Los responsables de organizarlas preparaban a los que intervendrían en la expresión de intenciones, las lecturas bíblicas, las reacciones tras la homilía, las palabras de ofrenda, el rito de la comunión y las oraciones de despedida. Pienso que, para la mayoría, el rito de la paz, cuando compartíamos un apretón de manos y un abrazo, era la parte más significativa. Imaginen a entre 100 y 120 feligreses fundiendo sus cuerpos. Durante 10 y 15 minutos, una explosión de hormonas se producía. Todos abrazaban a los dos curas, especialmente a Pica, quien apretaba su cuerpo a los de los adolescentes y jóvenes. Así normalizaron el abrazo. Ahora, cuando nos reencontramos después de muchos años, reímos y con sarcasmo decimos: “Nos abrazaremos como en las eucaristías”.

   Intuyo que Chesco pretendió aprovechar esta tradición y fracasó. Solo expuso su irrefrenable adicción sexual. Su comportamiento descontrolado afectaba a las adolescentes y jóvenes del Juan XXIII. Vivían inseguras incluso en una capilla. El poder de este sacerdote, otorgado por la Compañía de Jesús, superaba cualquier límite. Sus iguales y sus superiores ignoraban (en el sentido de que sabían, mas se desentendían) y así facilitaban sus aberraciones.

Necesidades humanas

    Comprendo, por sus palabras, que Rafaela padecía un calvario y que cada minuto, cada hora y cada día lastimaban su ajayu, su espíritu, la energía de su ser. Tan joven y valiente como era, decidió hablar. “Me seguía sintiendo mal y le fui a decir a una educadora de Cuarto Medio. Venía un rato. Nos veía. Charlaba un rato para ver cómo estábamos. Algunas se querían ir del colegio. Nos charlaba. Le fui a decir a ella. Me acuerdo. Fue detrás de la cocina”, afirma durante el testimonio que le brindó a Miguel García Angelo. Deduzco que la “educadora de Cuarto Medio” a la que confió su secreto “detrás de la cocina”, para evitar oídos indiscretos, es la que declaró en el documental “La Fugida” de la televisión catalana y que denominé como educadora precoz (cf. Infra). ¿Cuál fue su rol en 1983 desde el punto de vista de Rafaela? Visitaba a las víctimas, charlaba con ellas, verificaba cómo se encontraban y las tranquilizaba. Ante la intención de algunas de marcharse del internado, las disuadía. La charla de Rafaela con esta educadora precoz solo prolongó el silencio sobre las acciones de Sex Penis.

    Ante la estéril conducta de la educadora precoz y sobresaltada e intranquila como se encontraba, Rafaela acudió ante una representante del gobierno estudiantil de la comuna Penubol. Relata: “Fui donde la Presidenta del Colegio. […]. Como era de Catavi, le tenía más confianza. Sin embargo, no me creyó. Me escuchó, pero no me creyó. ‘¿No estás inventando?’, me dijo. ‘Estate segura de lo que estás diciendo’, insistió. ‘Vamos a hablar después’, me dijo y se fue”. Esta dirigente de los estudiantes debió cumplir 17 o 18 años aquel año. Según las expresiones de Rafaela, la escuchó y la cuestionó. Sin ninguna empatía ni sororidad, dudó de las palabras de la víctima y cerró el asunto con un indeterminado compromiso: “Vamos a hablar después”. La llamé, intenté contactarme con ella vía WhatsApp e -incluso- solicité la ayuda de una de sus hermanas para escuchar su contraparte. Fue inútil.

    Rafaela soportaba momentos difíciles. “Yo no aguantaba y ese día tenía clases con él [Chesco]. No podía. Le miraba y temblaba”, asegura. Ante el silencio de la Presidenta del Colegio y el dolor que le causaba la presencia de Chesco, decidió contar su aflicción a otra dirigente de la Comuna. “Luego fui con la Secretaria de Orden. Entonces hablé. Ella se asustó y fuimos a hablar a un lugar más alejado. Le conté todo. Ella me dijo que iríamos a hablar con Vicu [el Director General]. Incluso todavía me volvió a preguntar si estaba segura de lo que decía. Le dije que sí”, narra. Los secretarios de Orden de la Penubol esencialmente controlaban la puntualidad de las actividades del internado, por lo que sabían sobre la mayoría de los eventos. En 1983, desempeñaba este cargo una estudiante, quien escucha a Rafaela, se asusta, exige seguridad y promete que conversarían con el director General, Vicu, de quien espera una solución. Conversé con la que creo que hacía de Secretaria de Orden, describí el contexto y le pregunté sobre su participación. Me respondió: “No me acuerdo”, ofreció disculpas y colgó su celular. Tras 42 años de silencio y memoria selectiva, fue inobjetable.

    Deduzco que estas charlas de Rafaela sucedieron el mismo día, un día de entre finales de agosto y principios de septiembre de 1983. Ella le cuenta a Miguel García Angelo que probablemente la Presidenta del Colegio conversó con el Director General porque este sacerdote se presentó en su curso durante la penúltima hora de estudios, cuando ella se encontraba en una clase de Lenguaje, y la condujo hacia el Gallinero, cuyos cimientos para el tinglado construían, para escuchar su testimonio sin testigos.

    Rafaela relata: “Ahí el Vicu me dijo: ‘¿Qué pasa? ¿Qué es lo que está pasando en Cultura? ¿Qué estás hablando?’ He llorado y le conté todo. Que [las agresiones] fueron dos veces. En la primera quizás estaba equivocada o confundida, pero en la segunda ya no. Estoy segura. Sigo lastimada, le dije. Lo primero que me contestó Vicu fue: ‘Son seres humanos. Como seres humanos tienen sus necesidades. Esto lo cierras aquí. Ya no hables más. Yo sabré como resolver. Esto queda aquí. Tú te callas’, así me respondió el Director. En otras palabras, me dijo que ya no alborote a las chicas. ‘Se cierra aquí y yo voy a hablar con Chesco; si no, te vas a fin de año. Ya no vuelves al colegio’. Le dije ya”. Vicu Villamil justificó los delitos de Chesco con las “necesidades humanas”, le impuso un voto de silencio y sutilmente le amenazó con expulsarla del colegio. Se comprometió a resolver el problema. Ella creía inocentemente que la solución consistía en que el agresor se marcharía inmediatamente. “Pero no. Chesco siguió en el Colegio hasta fin de año”, declara desilusionada. Desde su perspectiva, la presencia de Sex Penis prolongaba el problema.

    El director General del colegio, poco tiempo después, antes de que concluya septiembre de 1983, desarmó el gobierno de la promoción Zoters o Biafra 1983. Fraguó un “golpe de Estado suave” en la Penubol. Retiró a la Presidente de la Comuna y a la Secretaria de Orden. Argumentó inestabilidad política como ocurría con el gabinete del presidente Hernán Siles Suazo de la Unidad Democrática y Popular. En su lugar, instauró un triunvirato con representantes de los tres cursos de la Comuna: Carlos Salazar de Tercero de Comuna, yo, Francisco Sosa, de Segundo de Comuna y Omar Quiroga de Primero de Comuna. Los tres constituimos el flamante gobierno estudiantil y gestionamos la organización y ejecución de las actividades cotidianas del internado.

    Conversé con Carlos Salazar y con Omar Quiroga sobre las tareas que nos encomendaron en una solemne asamblea popular. Les pregunté si se habían enterado sobre las actividades de Chesco en el dormitorio de las chicas de Cultura. Ambos me respondieron que no. Recuerdo que durante nuestras reuniones de coordinación jamás emergió el tema, ni por asomo. Lo desconocíamos completamente. Yo desconocía incluso el nombre de Sex Penis, solo sabía su alias: Chesco. Fue una jugada maquiavélica de Vicu. Silenció a la Presidente de la Comuna y a la Secretaria de Orden y ungió a tres peleles incapaces de intervenir en el subterráneo problema que las chicas de Cultura sufrían con un mutismo insondable. 

    La ex presidente de la comuna y a la ex secretaria de Orden, en su condición de simples comunarias de la Penubol, callaron, se autocensuraron como Vicu les había ordenado. Además, ningún mecanismo “institucional” posibilitaba que denuncien a Sex Penis. Eran disciplinadas adolescentes (¿domesticadas y desarraigadas?). Es comprensible, pero por qué, 42 años después, se niegan a hablar sobre el asunto y, más importante, se rehúsan a denunciar a Chesco Peris. En el caso de la educadora precoz, ¿por qué, en el documental de los catalanes, presenta una versión contradictoria a la de Rafaela? Ella se muestra como la heroína que desafió y enfrentó a Chesco y Vicu.

Reunión ultrasecreta

    Pienso que Rafaela, en un ambiente enrarecido y ríspido para ella, pese a las órdenes de Vicu de sepultar el problema provocado por Chesco, buscaba a alguien que restaure el equilibrio. Narra que su nivel de estudios había bajado y que el director Académico, Saúl Soza Torrico, antes de que finalice el tercer trimestre, le convocó a su oficina y le reclamó por la disminución de su rendimiento en las aulas. Rafaela narra su reunión: “‘Cuidado ya no vuelvas al año’, me dijo. Ese rato no le dije nada. Como él era bien serio y estricto, le tenía miedo. No le dije nada. Estaba bien pensativa. Esperé que salga a mediodía de su oficina. Por el comedor, le esperé y le dije que quería hablar. Creo que Dios me iluminó ese día. Él me dijo que estaba yendo a la lavandería y que ahí vayamos a hablar”. Allí trabajaba doña Vicky, la responsable de la lavandería, la eludieron y conversaron, afirma.

    Relata Rafaela: “Entonces, entre lágrimas, le dije todo y que por eso mis notas estaban bajas. Él todo el rato me miraba quieto y en silencio. Era una mirada fija. No me contestó nada. ‘¿Ya terminaste?’, me dijo. ‘Ve a lavarte y a clases’, me dijo”. Añade que se sintió “decepcionada” por la flemática primera reacción del director Académico. Más adelante expresa: “Pero gracias a él, esa noche Vicu [el Director General] nos llamó a una reunión a todas las compañeras de Cultura. Solo mujeres. Estaban tres compañeras, el Chesco y el Vicu. Fue en el comedor de Cultura”. Intenté confirmar estos datos con la persona que deduzco que es Rafaela (me explicó: “Para mí es duro hablar eso..., me afecta”) y con algunas de las chicas de Primero y Segundo de Cultura de aquel 1983. Fracasé, persisten en su condición de fuentes cerradas. Inclusive le pregunté a José Samir Makaren Chávez, el Director de Trabajo, si había participado de aquella reunión ultrasecreta. Me respondió que no (cf. intra).

    Confío en la versión de Rafaela, creo su testimonio. “Vicu volvió a decir […] que las personas tienen necesidades humanas y que debemos perdonarlo. Le dijo a Chesco que pidiera perdón. Él pidió perdón. El resto no dijo nada”, asegura. Más adelante cuenta: “El Director Académico le pidió a Vicu que dijera lo que habían hablado en reunión, lo que se comprometía. Entonces [Vicu] dijo que al año [1984] Chesco ya no volvería”. Rafaela considera que los directores del internado debieron preparar la dinámica y los resultados de la reunión. Sin fiestas de despedida ni pergaminos de reconocimiento, como suelen preparar los jesuitas, Sex Penis desapareció a finales de año. Nadie supo dónde lo habían destinado.

    Vicu jamás denunció a Francesc Peris Boixeda ante la Fiscalía boliviana, calló, enterró los abusos de su hermano jesuita y se convirtió en su cómplice por omisión. Miguel García Angelo afirma cuando concluye el testimonio de esta víctima de Chesco: “Ahora Rafaela se encuentra atenta a las investigaciones que se vienen desarrollando en el tema de la pederastia de Pica en el colegio Juan XXIII de Cochabamba. Ella ya declaró oficialmente todo lo que le pasó a las autoridades competentes del país”.

    Para confirmar esta última afirmación, tras solicitarle en varias ocasiones una entrevista cuando nos cruzábamos en los pasillos de la Facultad de Humanidades de la Universidad Mayor de San Simón, a las 21:01 del 30 de julio de 2025, escribí al WhatsApp de García Angelo: “Buenas noches, Miguel, en tu libro, en la parte final del testimonio de Rafaela afirmas (afirmas tú, no Rafaela): ‘Ella ya declaró oficialmente todo lo que le pasó a las autoridades competentes del país’, ¿significa que tú tienes evidencias de que ella denunció su caso ante la Fiscalía? Agradezco tu respuesta”. Jamás me contestó. Los voceros de la Comunidad Boliviana de Sobrevivientes, Wilder Flores y Edwin Alvarado aseguran que desconocen alguna denuncia ante el Ministerio Público de Bolivia en contra del jesuita catalán conocido como Sex Penis en España.

Profesor desequilibrado

    El heredero de Pica, en su condición de Guía de Cultura, se desempeñó como profesor de Educación Sexual para los estudiantes de Primero de Cultura y de Psicología y Estética para los de Segundo de Cultura durante el año 1983. Después de la reunión ultrasecreta con el director General del Juan XXIII y las víctimas de sus abusos, sin empatía con sus estudiantes ni ningún cargo de consciencia, utilizó la docencia para manipularlas, amenazarlas y extorsionarlas. Debió marcharse inmediatamente del internado, pero permaneció hasta fin de año. Ignoró el compromiso que había asumido.

    Algunos datos sobre el número de estudiantes mujeres de Primero de Cultura (tercero intermedio) ilustran, desde el punto de vista académico, las consecuencias de las actividades de Sex Penis. El año 1983, 14 mujeres adolescentes ingresaron a este curso del colegio internado Juan XXIII, extrañamente una de ellas se marchó el mismo año y cuatro no retornaron para la gestión 1984. Para compensar, cuatro ingresaron en 1984, así había 13 estudiantes. Una de ellas, que había ingresado en 1984, no retornó el año 1985, quedaron 12 alumnas. Sorpresivamente seis no regresaron para la gestión 1986, el curso se redujo a seis estudiantes. Finalmente, tres no volvieron para la gestión 1987. Solo tres obtuvieron el título de bachiller: C.V., S.V. y J.H. Junto a ellas, 17 varones forman parte del cuadro de promoción “Cuba 1987”.

    Rafaela, la víctima que narró su testimonio a Miguel García Angelo, afirma que sus clases se convirtieron en una “tortura psicológica”. Explica: “Lo peor, comenzó mi tortura. En las clases, [Chesco] me trataba mal. Me humillaba. Me gritaba frente a mis compañeros, sobre todo en la clase de Estética. No me dejaba ni hablar. Teníamos exámenes orales. Teníamos que aprendernos las pinturas, los artes [sic], las características [de las obras], etc. A mí me gustaba esa materia, pero no me dejaba ni hablar. Tuve agresiones permanentes”. Asegura que ella ya no quería ni verle porque Sex Penis le “amenazaba permanentemente”.

    Esta mujer adulta, con el aplomo que confieren los años, declaró que la “tortura” a la que la sometió Chesco persistió hasta que concluyó la gestión. “En clases y en exámenes, incluso, me ponía notas, me escribía así: ‘Qué lástima que tú no puedas perdonar a las personas’. Así, ese tipo de mensajes me escribía. Esos mensajes los llevé hasta el Voluntariado [un año de trabajo no remunerado en obras de los jesuitas o de otras congregaciones católicas] y ahí hablé con una alemana. Juntas trabajamos con una terrateniente, hija de un alemán. Ella me dijo que esas cosas hacen daño y las quemé. Hubiera sido mejor tenerlas. Ahora serían pruebas. En mi casa no lo [sic] podía tener. Siempre andaba con las dos notas”, reveló. Ni el director General, Vicu, ni el Director de Estudios, Saúl Soza Torrico, ni ningún educador o profesor, ni la educadora precoz frenaron los excesos del profesor Peris.

    Sex Penis provocaba diversas percepciones. Una estudiante de Segundo de Cultura durante aquel año, recuerda que sus clases “eran un tanto apagadas, no había motivación alguna” y que el trato con los estudiantes “no era muy cordial; era muy tosco, frío en el trato”. Un alumno de Primero de Cultura destaca: “Era muy observador, se dio cuenta de que varios compañeros, que no podían ver claramente, necesitaban una evaluación oftalmológica y el uso de anteojos”. Estudiaba las condiciones psicofísicas de sus alumnos.

    Otra estudiante de Segundo de Cultura recuerda que, durante una clase desarrollada en el anfiteatro, Chesco golpeó a dos estudiantes. “En la materia de Estética nos llevaba al anfiteatro y nos mostraba, pinturas y cuadros de distintas épocas de la Historia de la Cultura, del arte jónico y dórico. Teníamos que saber identificar y nos mostraba una imagen y teníamos que decir qué características tenía ese cuadro, esa pintura, esa escultura y a qué época pertenecía y quién era el autor. Unas dos o tres veces fuimos al anfiteatro fuera de su horario. Como examen…, algo así nos tomaba. Y ahí, me acuerdo siempre que golpeó a dos, al E.C. y al S. porque no le respondieron o no le pudieron responder o le respondieron muy mal. Él daba pautas para que respondas y que le respondas mal le ponía histérico. Yo me acuerdo siempre que así le dio un sopapo, pues, bien fuerte. Eso es lo que más me dio rabia, al justo al E.C. y, en otra oportunidad, al S. Era una persona muy histérica. Bueno, todos los españoles que han venido, igual que los Masllorens también, a veces, se ponían histéricos. Este era más tremendo, pues”. Como método pedagógico, tenía la tendencia a sopapear a los estudiantes.

    Un compañero suyo, E.O., le contó este evento a un estudiante de Segundo de Comuna, quien dibujó una caricatura de Chesco abofeteando al líder del curso, E.C., y la expuso en la vitrina de los comedores. Esta publicación generó revuelo, murmuraciones y una investigación para identificar al autor. El director de Estudios, Saúl Soza Torrico, delató al caricaturista quien, partir de entonces, solo podía publicar con la aprobación del director General. La censura funcionaba; controlaban todo lo que rumoreaban sobre Sex Penis.

Chesco violento

    Los casos de Juana, cuyo testimonio publicó El País de Madrid, y de E.C., el líder de Segundo de Cultura del aquel año (cf. infra), constituyen muestras del temperamento violento de Chesco. El episodio más inexplicable es el que soportó Edwin Terrazas Alvarado, actual vocero de la Comunidad Boliviana de Sobrevivientes, quien escribe:

Tenía 13 años, estaba en Primero de Cultura, o tercero intermedio en aquella época. Antes de las vacaciones de medio año, después de las acostumbradas formaciones nocturnas, con mis compañeros de curso, nos dirigíamos, encolumnados, hacia el dormitorio, que quedaba en la segunda planta del edificio ‘central’ del campus Villa Granado del colegio Juan XXIII, que albergaba las aulas y la salita de periódicos (abajo) y los dormitorios de los estudiantes de los dos primeros años del internado.
Recuerdo, con nitidez meridiana, que subía cada peldaño haciendo esfuerzos por silbar, pues ya casi lo lograba y realmente quería lograrlo, era “importante” para mí. Había pasado un par de peldaños del descanso de las gradas y salió de mi boca un potente silbido, que me alegró pues lo había logrado. No subí otros tres peldaños y sentí que, tras dar dos zancadas gigantes, Chesco me alcanzó y disparó un reverendo coscorrón que me dejó la cabeza con una hinchazón los dos o tres días siguientes, con un “guarda silencio” y una mirada furibunda. Disciplina que, supe más tarde, se vio también con Pedro Basiana y Francisco Pifarré, en distintas épocas del mismo internado.
Entonces puedo dar fe de que el abuso físico era, también, parte de las múltiples vulneraciones de los derechos de los sujetos de procesos formativos, cuyo interés superior jamás cuidó Fe y Alegría ni la Compañía de Jesús.

    Queda pendiente desentrañar si golpear a los estudiantes forma parte de los principios de la pedagogía ignaciana que, en su pretensión de imponer la “obediencia perfecta”, aplica métodos y procedimientos agresivos. Chesco era un violento más. Terrazas Alvarado nombra a Pedro Basiana Cornet y Francisco Pifarré Clapés, ambos exdirectores del internado, respecto de quienes hay testimonios de conductas furiosas.

Silencio

    No, no es el título de la película de Martin Scorsese sobre los jesuitas en Japón. Es una palabra que debe rondar por las mentes de los bolivianos por el aparente "silencio" de los estudiantes del colegio internado Juan XXIII sobre las conductas pederastas de Pica, Vicu y Chesco. Desde su fundación en 1964 hasta el primer lustro de los años 90, calculo -a ojo de albañil- que pasaron por sus aulas al menos 1.500 estudiantes de diferentes regiones del país. Muchos desconocían las perversidades de estos curas. Eran secretos guardados por el principio de obediencia inculcado a los devotos de Ignacio de Loyola.

    En diferentes circunstancias, los juanchos los expusieron entre los muros del internado, como Rafaela en el caso de Sex Penis. ¿Por qué hasta el 30 de abril de 2023, cuando El País de Madrid publicó su primer gran reportaje, el tema se mantuvo fuera del espacio público? Ensayo tres genéricas, breves y preliminares hipótesis.

    La sutil, intensa, permanente y edulcorada, aunque intangiblemente brutal y feroz, presión ideológica de los jesuitas. Ellos se presentan a sí mismos y recíprocamente como personas intachables, sin mácula, perfectos, como ángeles enviados por un ser supremo; nadie podía siquiera cuestionarlos y menos revelar sus miserias, existía una especie de “culto a la personalidad”. La estancia en el colegio implicaba, al mismo tiempo, que todos se comprometían implícitamente a cuidar su prestigio; Fe y Alegría presentaba al Juan XXII en congresos de educación como una obra maestra de la pedagogía ignaciana que compartía principios con la teología de la liberación y con el “Poema pedagógico” del ucraniano Anton Makarenko, lo que hacía imposible revelar sus secretos. Lo esencial, había que cuidar el proyecto político relacionado con el socialismo del Siglo XXI que implicaba la Penubol: “Ser para los demás” a cualquier costo. Un exalumno, empleado de los jesuitas y compadre de los uno de los sentenciados por encubrimiento, cuando le comenté que su hermano menor había manifestado ser víctima, me respondió: “¿Qué es eso?”, minimizó el asunto en aras de la revolución que predicaban los jesuitas del Juan XXIII.

    Construyeron, como si fuera un experimento social, una comunidad en la que víctimas y no víctimas, entre estudiantes, profesores y oxis (educadores que convivían con nosotros), los blindaban. Argumentaban “lealtad”, “respeto” y “agradecimiento”. Los jesuitas estimulaban esas conductas -igual que Iván Pávlov- con la permanencia en el paraíso de Villa Granado y, en algunos no pocos casos, con la admisión de hermanos y familiares, había hasta cinco “superdotados” del mismo linaje. Para los bachilleres, inventaron el “Voluntariado” e incentivaron el trabajo gratuito durante uno o dos años en sus obras o en las de otras congregaciones relacionadas con ellos; a otros los “becaron” en la Universidad Católica. Así, por recomendación del provincial Jorge Trías, estudié Comunicación en la UCB de La Paz. Más adelante, emplearon a una multitud en sus ONGs, en instituciones del Estado e, incluso, en empresas privadas ante cuyos propietarios ejercían de confesores y “padres espirituales”. Una gran estructura prebendal protege los secretos de sus pederastas durante décadas.

    Entre ambas hipótesis, probablemente la peor constituye la autocensura por miedo, no por gratitud. Miedo a ser expulsados del internado, miedo al qué dirán sus familias, sus vecinos y sus amigos y sus conocidos. Miedo a perder dádivas y a deambular sin futuro. Intento retomar la amistad de un compañero de curso, quien desde 1985 trabaja en una obra projesuita y que, cuando le planteo subrepticiamente estos temas, me ignora o me responde con monosílabos. Siento que le aterra la sola idea de compartir lo que sabe. La mayoría conoce lo violentos e intolerantes que pueden ser con los “desleales”, “traidores” y “malagradecidos”. Basta recordar que durante los 70 expulsaron a un curso íntegro un año antes de que concluyan el bachillerato. Reproduje esta historia en mi blog, la titulé “1974, la promoción desgarrada”. La frase popular: “Pan para los leales y garrote para los desleales” intimida a los juanchos y los silencia. Los testimonios de Juana, Rafaela y otras víctimas sin nombre sobre los abusos de Francesc Peris Boixeda constituyen pruebas que es posible y necesario vencer el miedo.

Magnitud del problema

    El medio español El Periódico publicó el lunes 24 de marzo de 2025: “La Compañía de Jesús de Catalunya admitió en julio de 2024 que tuvo 44 abusadores sexuales e hizo público el nombre de 14 de ellos”, entre estos de Francesc Peris Boixeda con 22 denuncias sobre quien precisa: “La orden también ha impuesto al acusado restricciones de movimiento y de contacto con menores, una de las medidas cautelares que se activan ante causas judiciales por abuso sexual de menores. Ante procesos de asunción de responsabilidades y de restauración como el que está siguiendo el jesuita Francesc Peris, la Compañía se mantiene ‘a la espera de que concluya el recorrido judicial’”.

    Antes de concluir este escrito, le consulté al periodista e investigador Guillem Sánchez, codirector del documental “La Fugida”, sobre el estado de las demandas que enfrenta Chesco. Me respondió que un juzgado de Barcelona lo investiga por dos denuncias. Mientras tanto, Sex Penis reposa en una residencia de jesuitas. En Bolivia, aún no encontré evidencias de que enfrenta alguna denuncia. Solo sé que la Fiscalía dispone de pistas de investigación por la documentación a la que accedió en el caso Pica. La información más importante se encuentra aún invisibilizada.

    Pocos días después de la charla extorsiva de Vicu con Rafaela, un murmullo conmovió a algunos adolescentes de Cultura. Un estudiante de Primero de Cultura de aquel año: 1983, cuando le pregunté sobre las actividades delictivas de Sex Penis, respondió: “Recuerdo que dos compañeras del curso [se refiere a las adolescentes que Miguel García Angelo nombró ficticiamente como Josefina y Esperanza en el testimonio de Rafaela], a quienes creo algunas veces no les gustaba pasar clases en la tarde, recurrían a Chesco argumentando que están resfriadas. Inmediatamente, Chesco las mandaba a descansar al dormitorio. No nos imaginábamos sus oscuras intenciones hasta que surgió la denuncia de una testigo accidental que descubrió a Chesco en el acto, abusando de estas chicas. Fue un escándalo del que nos enteramos varios compañeros del curso”. Incluyo este testimonio porque, en la intervención de la educadora precoz del documental de la televisión catalana (cf. infra), ella afirma que una de sus educandas, cuando le preguntó si Chesco la había violado, responde: “No, pero sí a otras chicas les ha hecho eso” (cf. infra) y porque el abogado contratado por ASIA-J23, durante una charla informal en el restaurante de Edwin Alvarado Terrazas, “La Casa del Colibrí”, reveló a media voz que una exalumna le había contado una historia similar. Persiste la posibilidad de que Sex Penis habría dopado a sus víctimas.

    Todavía reflexiono sobre la magnitud del problema de fondo. Dos preguntas rondan mi mente. Las comparto a los que participamos de la experiencia Juan XXIII: ¿Se trata simplemente de la historia de curas pederastas descontrolados? ¿Por qué los jesuitas encubrieron estas conductas criminales? En la conciencia y en la memoria de la mayoría de los exalumnos, vive el grato recuerdo de los compañeros, amigos y hermanos con los que cohabitamos en el hogar que construyó Enrique Coenraest Jacquelott en la campiña de Coña Coña. Resta, con la madurez intelectual y emocional que regalan los años, evaluar si fuimos sujetos de una experiencia educativa innovadora o fuimos objetos involuntarios de un experimento social.

No hay comentarios:

Publicar un comentario