Semblanza de Saúl Soza, un juancho de otro tiempo
Jesús
le dijo: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el dinero
entre los pobres, para que tengas un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”.
(Mateo 19:21)
En
una sala de terapia intensiva del hospital Juan
Domingo Perón de Tartagal, al mediodía del sábado 17 de octubre de 2020, el
virus de Wuhan apagó la vida de Saúl Soza Torrico, quien –hasta el último
segundo de su existencia– soñaba con la Comuna
Pequeña Nueva Bolivia de Villa Granado de la que se había separado en
diciembre de 1984.
Saúl
nació el 26 de agosto de 1958 en Chilcobija, un campamento minero productor de
antimonio ubicado en las alturas desérticas y escarpadas de Tupiza
(provincia Sur Chichas de Potosí) y próximo a San Vicente, el célebre caserío
donde el Ejército Boliviano dio de baja a los famosos forajidos gringos Butch Cassidy y Sundance Kid tras perseguirlos por senderos tallados en formaciones
rocosas de color rojo.
Su papá, Alfredo Soza, había retornado desde Argentina para cumplir con su servicio militar en Tupiza. Cuando se licenció, como era un futbolista destacado entre los soldaditos, los oficinistas de Chilcobija lo reclutaron para que jugara en su equipo. Trabajó en la pulpería y como planillero de la Empresa Minera Unificada S.A. (Emusa). Conoció a Alicia Torrico Ibarra, se enamoraron y se casaron. Allí nacieron Soledad y Saúl y, entre Tupiza y Villazón, llegaron Sergio, Silvia, Susana y Servando. Por una decisión de la pareja, los seis hermanos Soza Torrico acuñaron la marca SST.
Saúl
y su hermana mayor estudiaron los cursos iniciales de la Primaria en la escuela
Suipacha de Tupiza. Imagino al niño
Saúl como un estudiante brillante, comprometido y metódico, igual que durante
los años 80 cuando fue mi profesor de Matemáticas. Sergio, su hermano menor,
también juancho de la promoción Zelotes 1979, recuerda: “Él fue abanderado, fue
escolta, a final de año, recibíamos siempre el halago de que tenía una libreta
excelente”. Fue un muchacho multifacético, en las horas cívicas recitaba
poesías y danzaba. La señora Alicia, su mamá, disfrutaba con los logros de su
hijo mayor, quien ya insinuaba que sería diferente.
Adolescente brillante
El
año 1972 cambió la vida de Saúl. Entre octubre y noviembre del 71, Alfonso
Pedrajas Moreno (Pica) y algún otro educador llegaron a Villazón. Convocaron por
la radio a los mejores estudiantes de los colegios para que resolvieran un
examen, anunciaron que los que lo aprobaran serían becados al colegio internado
Juan XXIII de Cochabamba. Saúl se
presentó y aprobó sin dificultades una prueba de conocimientos generales.
Un
tiempo después, con él partieron hacia Cochabamba Cacho Burgos y Rubén
Gutiérrez, quienes abandonaron al poco tiempo el internado y retornaron a
Villazón porque prefirieron vivir junto a sus familias. Hibernón Bermúdez
Vargas, un condiscípulo de Saúl, en un comentario titulado “La Promoción 1976”
y publicado en su muro de Facebook asegura: “De los 23 que empezamos, llegamos
al año 1976 once compañeros”. Despuntaba 1972, Saúl, ya con 13 años, y sus
compañeros iniciaban segundo de Secundaria de aquel tiempo, el año anterior
había aprobado primero en el Colegio Mixto
9 de Abril de Villazón.
Hibernón
describe los inolvidables días que vivieron juntos cuando, en el mensaje ya
citado, aludiendo a sus compañeros fallecidos, entre ellos Saúl, añora: “Nos
reencontraremos algún día todos otra vez y volveremos a jugar fútbol en la
cancha del Juancho, a leer libros con avidez en la biblioteca, a bailar con las
chicas del Santa Ana, a discutir con don Lucho [Filemón Escóbar] sobre la Tesis
de Pulacayo…, a soñar con un mundo imposible…”.
Saúl
se integró a la comunidad del Juan XXIII
durante una época complicada. Bolivia vivía bajo la dictadura del coronel Hugo
Banzer Suárez, quien había destruido la Asamblea Popular que su antecesor Juan
José Tórrez había concedido al movimiento popular liderado por los mineros de
la poderosa Corporación Minera de Bolivia (Comibol).
En
el contexto interno, el jesuita Pedro Basiana asumía la Dirección del internado
después de trabajar durante más de un lustro en el colegio San Calixto de La
Paz y de desempeñar el rol de “padre espiritual” de algunos de sus exalumnos
que marcharon a Teoponte como parte de una columna del Ejército de Liberación
Nacional que se había reorganizado tras la debacle de Ñancahuazú. El fundador
del Juan XXIII, Enrique Coenraest,
retornaba a Bélgica urgido por las demandas pastorales de sus parroquias de
Jodoigne.
Saúl
participó del proceso de transformación de la acción educativa en el Juan XXIII y de sus múltiples
innovaciones pedagógicas. Era colaborador del periódico trimestral Cosmopolita que, en sus aproximadamente
12 números, registró los principios de la Pequeña
Nueva Bolivia (Penubol) cuya primerísima denominación en 1976 fue República Fraternal Juan XXIII. Hibernón
resume estos momentos: “Ese año [1972] y el siguiente fueron de transición, se
continuó con el método Coenraets que lo resumo como ‘estudiar con conciencia’,
pero ya se vislumbraba el nuevo: ‘Estudiar y trabajar’ que se empezó a plasmar
a partir de 1974 con una serie de acciones y medidas que cambiaron
sustancialmente la forma de vida en el internado”.
El
joven Saúl, acicateado por el testimonio cristiano de Basiana, se involucró sin
excusas ni escatimar esfuerzo a las experiencias laborales externas del colegio
e, incluso, en algún momento partió hacia Kami para una experiencia en las
minas de aquel centro extractor de wólfram y estaño de la provincia Ayopaya de
Cochabamba.
En
Villazón, su familia recibía por correo terrestre boletines de calificaciones.
Con una sonrisa pletórica de orgullo, durante una videoconferencia vía Meet de
Google, Sergio muestra y lee los puntajes de Saúl en 1976 cuando la nota máxima
era 70 puntos: “Matemáticas 65, Literatura 70, Cultura Religiosa 65…, un
promedio de 65”. Sin duda, conservaba su imagen de excelente estudiante. Sin
embargo, el hermano menor de Saúl, quien vive en San Salvador de Jujuy, con un
dejo de tristeza relata: “El primer año [1972] vino de vacaciones de invierno y
verano. A partir del segundo año, empezó a no regresar”. El espíritu del Juan XXIII había cautivado a Saúl.
Matemáticas y más
Una
vez que salió bachiller, el director en ejercicio, Alfonso Pedrajas Moreno, le
invitó a dar clases de Matemáticas a los chicos de los dos primeros cursos. Lo
hizo desde 1977. Pedro Basiana había fallecido el año anterior. La ética
cristiana y la poderosa autoridad moral de su mentor espiritual le indicaron
que ese era su camino. Su rol de novel profesor de Matemáticas generó una
infinidad de historias y anécdotas que lo retratan plenamente.
Uno
de sus primeros estudiantes, su tocayo Saúl Bermúdez Vargas de la promoción Paddy
1982 manifiesta: “Era un profesor, un maestro, un mordido por las matemáticas,
un educador convencido. Era además un gran atleta. Era un muy buen ‘hermano
mayor’ para nosotros, para todos”, aunque Saúl, en su rol de encargado del orden
en el colegio, lo haya enviado a lavar vajilla por llegar tarde a una de las
formaciones.
Otro
alumno de la promoción 82, Marco Angelo Barrios, cuenta: “Era una clase -no
recuerdo el año, ni el curso en que estábamos-, Saulo vino con sus zapatos de
arlequín y su clásica polera amarilla mostaza, a medida que íbamos llegando a
nuestro curso, nos encaminaba al anfiteatro… Todos nos preguntábamos ¿por qué
ahí?, si teníamos clases de Matemáticas… Pero enorme fue la sorpresa, que
empezó a leer a Julio Cortázar, el libro Historias
de famas y cronopios. […] Y así nos sorprendía, ya sea con Borges, con
Gabo, con Robert Graves, etc…, con problemas de ajedrez”. Se convirtió poco a
poco en un gran educador.
Mis
compañeros de curso Darwin Chávez y Rolando Cuéllar, pertenecemos a la promoción
Sandino 84, me recordaron que, en 1981, durante una clase en Segundo Cultura,
cuando Saúl explicaba un extenso ejercicio de Matemáticas en el pizarrón, el
monteagudeño Carlos Ayllón protestó disimuladamente: "¿Esa tarea es para
el año?". Saúl se dio la vuelta, miró fríamente al insolente y respondió:
"Voy a fingir no haberte escuchado" y terminó de escribir como si
nada hubiese pasado. Comprendimos que el respeto en el colegio era sagrado.
Algún
momento, después de 1977, cuenta Sergio, el Director del colegio lo envió a Cuba,
España y Bélgica “para que recopile experiencias de sistemas educativos” y aplique
lo aprendido en un nuevo modelo educativo para el Juan XXIII. Pedrajas Moreno tuvo la lucidez de reunir a un grupo
selecto de exalumnos, todo un dream team,
para instalar fuentes de trabajo e incluir chicas entre las nuevas generaciones
de juanchos. Además de Saúl destacan: Samir Makaren, Iver Cortez, Octavio
Chávez, Faustino Torrico y Nelson Ferrufino. Ellos construyeron la Penubol
sobre cuatro pilares: Estudio, trabajo, coeducación y autogobierno.
A
la par, Saúl se matriculó en la carrera de Ingeniería Civil de la Facultad de
Tecnología de San Simón. Solo por algún tiempo asistió a clases porque decidió
emplear toda su energía y pasión en el proyecto Juan XXIII.
Por
la intensidad de su trabajo en el colegio, redujo drásticamente el contacto con
su familia. “Nuestras comunicaciones eran por teléfono, no iba a casa…Respetábamos
su decisión de quedarse, mi mamá sufría, su hijo mayor estaba lejos y cada vez
había menos comunicación”, manifiesta Sergio. A tal extremo llegó la distancia
entre Saúl y su familia que el colegio, que costeaba las necesidades básicas de
los oxis (los estudiantes llamaban de ese modo a los educadores por su
condición de “oxidados” para los deportes), financió durante las vacaciones de
verano de 1978 el viaje de Saúl y uno de sus compañeros de promoción a
Villazón. “Lo acompañé en tren después de que yo regresé del Proyecto Óscar
donde había ido a prestar mi servicio militar, quería que mi hermano visite a
su mamá, me preocupaba que no la vea”, recuerda Arturo Monroy.
Literalmente,
el joven profesor de Matemáticas y Director de Estudios aplicaba el Evangelio
que Pedro Basiana le había inculcado en todas las decisiones trascendentales de
su existencia. Su hermano y confidente relata un episodio poco conocido: “Hasta
su decisión de entrar al Seminario San
José no fue consultada, nos enteramos que él había entrado y que se había
salido porque no le gustó. Dijo: ‘Esto no es para mí porque no es lo que
predicaba Pedro’”. Sin duda, la relación de Saúl con Pedro Basiana era intensa
como la de la mayoría de sus compañeros de curso quienes compartieron con el
sacerdote jesuita cinco años, entre 1972 y 1976, hasta que lograron el bachillerato,
aunque su promoción, como un acto de rebeldía juvenil, renunció a un nombre.
Basiana
fue el arquetipo de todo lo que hacía y decía durante su trabajo de educador en
el Juan XXIII hasta que se marchó en
diciembre de 1984. Entonces, su vida cambió radicalmente.
Adiós, me marcho
Conversé
con Sergio y con algunos juanchos cercanos a Saúl sobre las causas de su
sorpresiva partida del Juan XXIII.
Rolando Olguín de la promoción 1977, en tono reflexivo me escribió: “La salida
del Juan XXIII sigue siendo una duda
que nunca resolví, pues le pregunté específicamente y me dijo que era mejor no hablar
y quería olvidar. Personalmente, fuimos muy cercanos una temporada y le tenía
un gran respeto y admiración por cómo veía la vida…, […] pero tenía una coraza
de acero y era impenetrable en muchas cosas de su vida. […] Parte de nuestra
vida se va con él o él se la lleva..., no puedo decir mucho, pero está en mi
corazón, en mis pensamientos, en mis recuerdos”. La causa esencial es un
enigma.
Sergio,
escrutando los recovecos de su memoria, se animó a insinuar: “Hubo algún
pequeño desliz…, le hicieron algo, algo con lo que él no estaba de acuerdo, le
quisieron cambiar algo, no sé… como que él quedó decepcionado en esa parte y
dijo: ‘Esto no va más, no hay vuelta’, no tengo otra explicación”. Semejante
decisión solo puede explicarse porque Saúl cuestionaba algo y, tras comprender
que su silencio sería cómplice, prefirió marcharse.
Tras
escuchar varios testimonios y relacionarlos, tengo la certeza de que fue una
decisión radical suya y que varias causas la precipitaron. La de más larga data
tiene que ver con su familia; tras 14 años alejado de ella, seguramente sentía
la obligación moral de retornar. La romántica y frecuente en personas de su
edad, tenía 26 años, es que atravesaba una desilusión amorosa; se despidió de su
prometida con un poema inspirado en Farewell
de Pablo Neruda. La misteriosa y definitiva se relaciona con un antiguo rumor
que se convirtió en evidencia a mediados de 1983 o durante 1984 cuando Saúl confirmó
que un guía del colegio incurría en uno de los pecados capitales descritos en
los catecismos católicos. Era algo insoportable para él porque traicionaba el
legado de Basiana; su autoexilio se tornó inevitable y, lo peor, el dream team que debía relanzar el
proyecto Juan XXIII al nuevo siglo se
dispersó con su partida.
Sergio
subraya la versión de su familia: “Él fue a vivir en mi casa en Villazón y, por
lo que le dijo a mi mamá, cuando él llegó, fue a recuperar a su familia. Creo que
le había picado un poco el tema ese de no haber venido en auxilio nuestro
cuando mi papá estaba en el exilio. Había quedado yo como padre de familia, con
tres hermanos y con mi mamá y un medio sueldo, porque entré a trabajar en la
radio a medio turno y me pagaban medio sueldo y con eso nos manteníamos, era
una familia numerosa…. Creo que eso le había quedado como un poquito marcado.
Él dijo que volvía a recuperar a su familia porque había estado mucho tiempo
fuera”. El retorno al seno familiar fue un bálsamo para él.
El
papá de Saúl retornó de su exilio en Chile y ayudó en la recuperación de la
democracia y la asunción de Hernán Siles Suazo al gobierno el 10 de octubre de
1982. Por sus acciones, la administración del frente Unidad Democrática y
Popular (UDP) lo designó cónsul en La Quiaca con “un sueldo importante”. La
familia adquirió una casa en Salta y paulatinamente se trasladó a aquella
ciudad argentina. Saúl había retornado brevemente a Cochabamba para completar
unos trámites y, cuando retornó a Villazón, inmediatamente se trasladó a Salta.
Al
principio, como a todos los inmigrantes, le costó integrarse por la
discriminación imperante. La mamá de Saúl, la señora Alicia, aprovechó la
posición de su esposo e instaló una pequeña tienda para vender algunos
artefactos que llevaba desde Bolivia, como relojes de doble hora y radios
portátiles de industria china. Saúl ayudaba en ese local mientras se matriculaba
en Ingeniería de Sistemas de la Universidad Nacional de Salta (UNAS). Allí
estudió dos semestres, verificó que los métodos de enseñanza eran insuficientes,
abandonó la carrera y decidió trabajar.
Sergio
narra que Saúl laburó en un “corralón de maderas” y que allí permaneció dos o
tres años hasta que el propietario lo trasladó a Tartagal, una pequeña ciudad de
la provincia de Salta de no más de cien mil habitantes, para que acopiara
maderas. Como el empresario poseía un hotel en aquella población, poco a poco
fue integrándolo hasta que le confió la administración del establecimiento. Dirigió
Residencial City durante 25 años.
Ejemplo de Basiana
Saúl
siempre fue reservado y tímido, como durante sus 14 años de experiencia en
Villa Granado. Con algunas reservas, compartió con amigos poetas de Salta. “La
charla, la tertulia era exquisita, charlaban de igual a igual. Saúl siempre fue
una persona muy preparada y muy leída. Él podía hablar con cualquiera de
cualquier tema. Así fue haciéndose conocido”, testifica Sergio.
Como
había aprendido en el Juan XXIII, trabajaba
sin limitaciones y se empeñaba en resolver todos los problemas del hotel para
lo que incluso hacía de pintor de interiores, plomero, técnico en aire
acondicionado o lo que sea que hiciera falta en una empresa de ese tipo. Tal
era su compromiso, relata su hermano, que “trabajaba como el último de los
empleados, hacía turnos de guardia para atender durante las noches o los
domingos”. Su vida era ejemplar.
Vivía
de forma sobria, austera y humilde, como un trapense; Pedro Basiana le había
demostrado que se podía vivir con dos mudas de ropa. “Él no hizo el voto de
pobreza, pero no le gustaba andar con ropa nueva, no le gustaba estrenar, a
duras penas tenía algo. Los hermanos, la mamá, el papá le compraban la ropa y
él se tenía que poner, pero no le gustaba lucir cosas nuevas. Fue así hasta el
final, regalaba sus cosas”, narra Sergio.
Durante
su retiro en Tartagal, retiro en el sentido literal de la palabra, evitó que
alguien supiera dónde vivía. Apenas emigró, le ordenó a Sergio: “Si alguien te
pregunta por mí, no digas dónde estoy”. Su hermano explica que “obviamente se
refería a alguien del Juan XXIII
porque no tenía otra persona que pregunte por él” y que durante todo este
tiempo solo habló con Xavier Masllorens durante la segunda visita de este
voluntario catalán a Bolivia.
Sin
embargo, asegura Sergio, “toda su vida, Saúl tuvo al Juan XXIII en su cabeza” y vivía pendiente de su colegio y de sus
compañeros. Recuerda que su hermano mayor decía: “El changuito [Gerardo] Suárez
de la película Mi socio era mi alumno…,
el Churi mayor [Héctor Córdova Eguivar] era viceministro de Minería del Evo…, Samir
[Makaren] ha sido alcalde de Cobija… Oscar Montes ha ganado la Alcaldía de Tarija…”.
Saúl había dejado corporalmente el Juan
XXIII; pero su pensamiento y su espíritu rondaban siempre los pasillos,
aulas, comedores y canchas de la Comuna
Penubol.
Virus mortal
Cuando,
entre enero y febrero de 2020, la pandemia del Covid-19 aterrizó en los países
del hemisferio sur americano, Saúl residía solo en Tartagal, había renunciado a
la vida matrimonial. Siete años antes, de cuando en cuando, viajaba a Salta a
visitar a su mamá hasta que ella falleció el 8 de abril de 2013 aquejada por un
cáncer de colon, su papá había expirado el 11 de agosto de 2006 en Villazón
cuando se aprestaba a viajar a La Paz para reclamar su jubilación.
En
su condición de administrador de un hotel, respetaba estrictamente las
disposiciones que el gobierno federal argentino había resuelto para enfrentar
la pandemia. Debía replegarse a Salta o Jujuy porque el hotel había cambiado de
dueño, pero decidió quedarse un tiempo más hasta que los nuevos administradores
aprendieran los protocolos del establecimiento. “Saúl era cuidadoso durante la
pandemia, era obsesivo con el tema de la limpieza. No sé en qué circunstancia o
dónde se contagió del maldito bicho este”, recapitula Sergio. En septiembre,
comenzó a sentir los primeros síntomas que provoca el virus.
Como
su mentor de los años 70, narra Sergio, “era reacio al tema de las medicaciones
y al tema de ir al hospital. No quería ir cuando los nuevos dueños [del hotel]
le querían llevar, se resistía, decía que estaba bien, que se iba a curar, que
esa tos era porque estaba fumando, hasta que se sintió realmente mal. Entonces
decidió aceptar que le lleven al hospital, lo llevaron directamente a terapia,
porque estaba saturando muy bajo [hipoxia grave, menos de 85% de oxígeno en la
sangre]. No lo entubaron en principio, solo sueros y medicamentos, hasta que no
hubo más remedio que entubarlo. Él se resistía también a ser entubado. Por el
amor que tenía a sus sobrinos nietos, tuvo un amor preferencial hacia una de
mis hijas, y porque le pedíamos que ponga fuerza, que se cure y que venga [a
Jujuy], se dejó entubar y no salió más”. Saúl falleció al mediodía del sábado
17 de octubre de 2020 a los 62 años.
Colofón
Saúl
y la familia de su hermano, después de 30 años, visitaron Bolivia entre el 18 y
el 27 de agosto del 2017; los días 20 y 21 pasearon por Quillacollo. “Primero estuvimos
en Oruro donde la Virgen del Socavón, después nos fuimos a Cochabamba a la
Virgen de Urkupiña, nos fuimos a La Paz a la Virgen de Copacabana y, al volver,
nos encontramos con un tío en Potosí que nos llevó al Tata Bombori. Teníamos
que repetir ese viaje este año [2021], es una promesa que no se pudo cumplir…”,
cuenta Sergio. Evitó visitar Villa Granado y a alguno de sus compañeros que
viven en Cochabamba. “Era una cosa que habíamos hablado y habíamos dicho que
este año íbamos a ir. Incluso me dijo que íbamos a ir al nuevo colegio, sabía
que estaba en el camino a Oruro”, añade.
¿Qué
herencia lega a su familia? Sergio, respira hondo y asegura: “Para mi familia
deja el amor fraterno. Una vez que falleció mi papá, fue el padre de la casa.
Mi mamá le dio ese lugar. Fue el padre de la casa, al que respetábamos. […]
Siempre pretendía unir a la familia, visitaba a los hermanos y, como no tenía
hijos, siempre llegaba con un regalito Más allá de lo material, tenía el
simbolismo del amor. Por eso lo sentimos tanto, porque él supo dar amor”. Durante
35 años, a partir de 1985, cumplió su responsabilidad de recuperar a los suyos.
El
legado para sus compañeros de los años 70 y para las generaciones de los 80 y
90, cuando aún mantenían el internado y seleccionaban muchachos pobres de todo
el país que se destacaban en los estudios, es otra incógnita. Su voz póstuma,
Sergio, revela: “No podemos llegar a la ciudad donde él falleció [Tartagal],
está prohibido viajar [por la pandemia]. Tal vez pueda rescatar algún escrito.
Era muy ordenado, tenía todas las cosas previstas, con una precisión casi milimétrica.
También tengo que llegar a mi casa [en Salta], entrar a su habitación y husmear
en sus libros, en sus escritos qué es lo que proyectaba. Siempre tuvo ese
espíritu de educar, de enseñar, de dejar algo”.
Edwin
Alvarado de la promoción Cuba 1987, con quien entrevisté a Sergio, considera
que la vida de Saúl se resume en una palabra: “Testimonio”, cuyo referente es Basiana,
de quien aprendió la excelencia y la disciplina como forma de vida; cree que en
el colegio Saúl fue para nosotros un ejemplo de rectitud y de autoexigencia.
Estoy de acuerdo.
Para
mí queda la primera imagen que guardo de él en mi consciencia, cuando en
diciembre de 1979, unos días antes de la Navidad de aquel año, lo vi por
primera vez en el pasillo que lleva de la entrada del Juancho hacia la
biblioteca donde yo debía resolver un extemporáneo examen de selección y admisión,
supuse que en contra de su voluntad pues lucía extremadamente serio
acicalándose sus bigotes con la mano derecha, pero después sonrió levemente y
me tranquilizó. Fue el primer oxi que conocí.
Ahora
Saúl resuelve ecuaciones integrales, soluciona problemas de cálculo diferencial
y diseña algoritmos matemáticos para construir un mundo feliz mientras escucha
a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Vicente Feliú, los trovadores cubanos al
son de cuyos versos trabajaba incansablemente en nuestro Juan XXIII.
Las fotografías pertenecen al archivo de la familia Soza Torrico y algunas al Juan XXIII.
Francisco, Gracias...!
ResponderEliminarMuy bien Pancho, creo que hicistes un excelente trabajo y has logrado revivir en cada uno de los estudiantes que tuvimos la dicha de tenerlo como "maestro", esa admiración y que entre los pasillos del juancho decíamos, qué capo es Saul!!!
ResponderEliminarUn fuerte abrazo hasta el cielo mi recordado "MAESTRO".
Darwin Chávez Rivero "Sandino '84"
EliminarGracias mi estimado "Pancho", no recuerdo quien me comentó que sí Saul estaba estudiando en Salta, de incógnto fuí a esa Universidad en dos oprtunidades intentando encontrarlo (mis hermanos viven en Tucumán, Monteŕrico, Jujuy)
ResponderEliminarSu partida de Saul del Juan XXIII, sigue una incóginta que ningún algoritmo finito o deterministico encontrará la Solución, a lo mejor con los adelantos de la Inteligencia Artificial en lo futro se pueda resolver los casos misteriosos
No sé cual fue el motivo o por qué, vicu me invitó para dar matemáticas y me quedé casi 8 años, hasta que un dia algún hizo que dejara el Colegio, en todo caso le agradecí al " ..." y se quedó sorprendido, ...., mi salida del Colegio no fue voluntad mia así como de muchos: kiko, Iver, ..., el algoritmo infinto, sigue en busqueda de la la incógnita " algun curita" sabe, creo que fue el inicio para la " extinción" del Juan XXIII, no es casualidad que este en venta
Saludos
Mario Ance
Todo llega, ahora ya sabemos las causas todos, me solidarizo con ustedes y os animo a declarar, a denunciar, por el bien de muchos más.
EliminarGracias Francisco, quedó sin palabras de un gran ejemplo de vida Juancho consecuente.
ResponderEliminarPancho, un relato muy interesante. Soy uno de sus alumnos y gracias a el mis cuadernos fueron obras de arte. Hasta ahora yo mismo me admiro la ayencion escrupulosa que puse al hacer estos cuadernos. Asimismo recuerdo los apodos que puso a algunos compañeros que perviven hasta ahora, Saul tenía una facilidad de percibir instantes de la cotidianidad para convertirlos en apodos o temas de reflexion. Gracias Pancho. Atte. Alfredo Lupe
ResponderEliminarGracias por tanto amor y tan bello trabajo, realmente un afán es la escritura tan bien redactada y tan atrapante historia de un papá, abuelo, tío, padrino y amigo, recuerdo de el cuando me enseñaba matemática es que me decía "no hagas con lápiz, siempre con lapicera porque los errores no se borran, siempre tenemos tener presente que errores cometemos para no volverlos a repetir"...debo destacar que la profesora que menciona Juan Carlos Rocha tenía mucha razón, nosotros su familia gozamos de su amorosidad, de su excelente humor todo el tiempo y sus juegos constantes con sus sobrinos nietos, creo ellos los recuerdan con la sonrisa puesta y nunca serio. Mi tío era un dulce de leche en su integridad. GRACIAS y un beso al cielo mi tío querido...te amamos eternamente
ResponderEliminarExcelente y muy sentido homenaje querido Pancho. Saúl fue un hombre grande, comprometido, inquisidor, cuestionador, inconforme e inconformable y trató de que sus discípulos nunca permanezcan en un sitio de confort, que no se vuelvan obsoletos
ResponderEliminarPaz en su tumba.
Me ha emocionado leer cosas tan bellas sobre el querido Saúl. Gracias Pabcho por rememirar un testimonio de vida tan auténtico. Un abrazo
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