Semblanza de Saúl Soza

             Semblanza de Saúl Soza, un juancho de otro tiempo

Jesús le dijo: “Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el dinero entre los pobres, para que tengas un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme”. (Mateo 19:21)


En una sala de terapia intensiva del hospital Juan Domingo Perón de Tartagal, al mediodía del sábado 17 de octubre de 2020, el virus de Wuhan apagó la vida de Saúl Soza Torrico, quien –hasta el último segundo de su existencia– soñaba con la Comuna Pequeña Nueva Bolivia de Villa Granado de la que se había separado en diciembre de 1984.

Saúl nació el 26 de agosto de 1958 en Chilcobija, un campamento minero productor de antimonio ubicado en las alturas desérticas y escarpadas de Tupiza (provincia Sur Chichas de Potosí) y próximo a San Vicente, el célebre caserío donde el Ejército Boliviano dio de baja a los famosos forajidos gringos Butch Cassidy y Sundance Kid tras perseguirlos por senderos tallados en formaciones rocosas de color rojo.

Su papá, Alfredo Soza, había retornado desde Argentina para cumplir con su servicio militar en Tupiza. Cuando se licenció, como era un futbolista destacado entre los soldaditos, los oficinistas de Chilcobija lo reclutaron para que jugara en su equipo. Trabajó en la pulpería y como planillero de la Empresa Minera Unificada S.A. (Emusa). Conoció a Alicia Torrico Ibarra, se enamoraron y se casaron. Allí nacieron Soledad y Saúl y, entre Tupiza y Villazón, llegaron Sergio, Silvia, Susana y Servando. Por una decisión de la pareja, los seis hermanos Soza Torrico acuñaron la marca SST.

Saúl y su hermana mayor estudiaron los cursos iniciales de la Primaria en la escuela Suipacha de Tupiza. Imagino al niño Saúl como un estudiante brillante, comprometido y metódico, igual que durante los años 80 cuando fue mi profesor de Matemáticas. Sergio, su hermano menor, también juancho de la promoción Zelotes 1979, recuerda: “Él fue abanderado, fue escolta, a final de año, recibíamos siempre el halago de que tenía una libreta excelente”. Fue un muchacho multifacético, en las horas cívicas recitaba poesías y danzaba. La señora Alicia, su mamá, disfrutaba con los logros de su hijo mayor, quien ya insinuaba que sería diferente.

Adolescente brillante

El año 1972 cambió la vida de Saúl. Entre octubre y noviembre del 71, Alfonso Pedrajas Moreno (Pica) y algún otro educador llegaron a Villazón. Convocaron por la radio a los mejores estudiantes de los colegios para que resolvieran un examen, anunciaron que los que lo aprobaran serían becados al colegio internado Juan XXIII de Cochabamba. Saúl se presentó y aprobó sin dificultades una prueba de conocimientos generales.

Un tiempo después, con él partieron hacia Cochabamba Cacho Burgos y Rubén Gutiérrez, quienes abandonaron al poco tiempo el internado y retornaron a Villazón porque prefirieron vivir junto a sus familias. Hibernón Bermúdez Vargas, un condiscípulo de Saúl, en un comentario titulado “La Promoción 1976” y publicado en su muro de Facebook asegura: “De los 23 que empezamos, llegamos al año 1976 once compañeros”. Despuntaba 1972, Saúl, ya con 13 años, y sus compañeros iniciaban segundo de Secundaria de aquel tiempo, el año anterior había aprobado primero en el Colegio Mixto 9 de Abril de Villazón.

Hibernón describe los inolvidables días que vivieron juntos cuando, en el mensaje ya citado, aludiendo a sus compañeros fallecidos, entre ellos Saúl, añora: “Nos reencontraremos algún día todos otra vez y volveremos a jugar fútbol en la cancha del Juancho, a leer libros con avidez en la biblioteca, a bailar con las chicas del Santa Ana, a discutir con don Lucho [Filemón Escóbar] sobre la Tesis de Pulacayo…, a soñar con un mundo imposible…”.

Saúl se integró a la comunidad del Juan XXIII durante una época complicada. Bolivia vivía bajo la dictadura del coronel Hugo Banzer Suárez, quien había destruido la Asamblea Popular que su antecesor Juan José Tórrez había concedido al movimiento popular liderado por los mineros de la poderosa Corporación Minera de Bolivia (Comibol).

En el contexto interno, el jesuita Pedro Basiana asumía la Dirección del internado después de trabajar durante más de un lustro en el colegio San Calixto de La Paz y de desempeñar el rol de “padre espiritual” de algunos de sus exalumnos que marcharon a Teoponte como parte de una columna del Ejército de Liberación Nacional que se había reorganizado tras la debacle de Ñancahuazú. El fundador del Juan XXIII, Enrique Coenraest, retornaba a Bélgica urgido por las demandas pastorales de sus parroquias de Jodoigne.

Saúl participó del proceso de transformación de la acción educativa en el Juan XXIII y de sus múltiples innovaciones pedagógicas. Era colaborador del periódico trimestral Cosmopolita que, en sus aproximadamente 12 números, registró los principios de la Pequeña Nueva Bolivia (Penubol) cuya primerísima denominación en 1976 fue República Fraternal Juan XXIII. Hibernón resume estos momentos: “Ese año [1972] y el siguiente fueron de transición, se continuó con el método Coenraets que lo resumo como ‘estudiar con conciencia’, pero ya se vislumbraba el nuevo: ‘Estudiar y trabajar’ que se empezó a plasmar a partir de 1974 con una serie de acciones y medidas que cambiaron sustancialmente la forma de vida en el internado”.

El joven Saúl, acicateado por el testimonio cristiano de Basiana, se involucró sin excusas ni escatimar esfuerzo a las experiencias laborales externas del colegio e, incluso, en algún momento partió hacia Kami para una experiencia en las minas de aquel centro extractor de wólfram y estaño de la provincia Ayopaya de Cochabamba.

En Villazón, su familia recibía por correo terrestre boletines de calificaciones. Con una sonrisa pletórica de orgullo, durante una videoconferencia vía Meet de Google, Sergio muestra y lee los puntajes de Saúl en 1976 cuando la nota máxima era 70 puntos: “Matemáticas 65, Literatura 70, Cultura Religiosa 65…, un promedio de 65”. Sin duda, conservaba su imagen de excelente estudiante. Sin embargo, el hermano menor de Saúl, quien vive en San Salvador de Jujuy, con un dejo de tristeza relata: “El primer año [1972] vino de vacaciones de invierno y verano. A partir del segundo año, empezó a no regresar”. El espíritu del Juan XXIII había cautivado a Saúl.

Matemáticas y más

Una vez que salió bachiller, el director en ejercicio, Alfonso Pedrajas Moreno, le invitó a dar clases de Matemáticas a los chicos de los dos primeros cursos. Lo hizo desde 1977. Pedro Basiana había fallecido el año anterior. La ética cristiana y la poderosa autoridad moral de su mentor espiritual le indicaron que ese era su camino. Su rol de novel profesor de Matemáticas generó una infinidad de historias y anécdotas que lo retratan plenamente.

Uno de sus primeros estudiantes, su tocayo Saúl Bermúdez Vargas de la promoción Paddy 1982 manifiesta: “Era un profesor, un maestro, un mordido por las matemáticas, un educador convencido. Era además un gran atleta. Era un muy buen ‘hermano mayor’ para nosotros, para todos”, aunque Saúl, en su rol de encargado del orden en el colegio, lo haya enviado a lavar vajilla por llegar tarde a una de las formaciones.

Otro alumno de la promoción 82, Marco Angelo Barrios, cuenta: “Era una clase -no recuerdo el año, ni el curso en que estábamos-, Saulo vino con sus zapatos de arlequín y su clásica polera amarilla mostaza, a medida que íbamos llegando a nuestro curso, nos encaminaba al anfiteatro… Todos nos preguntábamos ¿por qué ahí?, si teníamos clases de Matemáticas… Pero enorme fue la sorpresa, que empezó a leer a Julio Cortázar, el libro Historias de famas y cronopios. […] Y así nos sorprendía, ya sea con Borges, con Gabo, con Robert Graves, etc…, con problemas de ajedrez”. Se convirtió poco a poco en un gran educador.

Mis compañeros de curso Darwin Chávez y Rolando Cuéllar, pertenecemos a la promoción Sandino 84, me recordaron que, en 1981, durante una clase en Segundo Cultura, cuando Saúl explicaba un extenso ejercicio de Matemáticas en el pizarrón, el monteagudeño Carlos Ayllón protestó disimuladamente: "¿Esa tarea es para el año?". Saúl se dio la vuelta, miró fríamente al insolente y respondió: "Voy a fingir no haberte escuchado" y terminó de escribir como si nada hubiese pasado. Comprendimos que el respeto en el colegio era sagrado.

Algún momento, después de 1977, cuenta Sergio, el Director del colegio lo envió a Cuba, España y Bélgica “para que recopile experiencias de sistemas educativos” y aplique lo aprendido en un nuevo modelo educativo para el Juan XXIII. Pedrajas Moreno tuvo la lucidez de reunir a un grupo selecto de exalumnos, todo un dream team, para instalar fuentes de trabajo e incluir chicas entre las nuevas generaciones de juanchos. Además de Saúl destacan: Samir Makaren, Iver Cortez, Octavio Chávez, Faustino Torrico y Nelson Ferrufino. Ellos construyeron la Penubol sobre cuatro pilares: Estudio, trabajo, coeducación y autogobierno.

A la par, Saúl se matriculó en la carrera de Ingeniería Civil de la Facultad de Tecnología de San Simón. Solo por algún tiempo asistió a clases porque decidió emplear toda su energía y pasión en el proyecto Juan XXIII.

Por la intensidad de su trabajo en el colegio, redujo drásticamente el contacto con su familia. “Nuestras comunicaciones eran por teléfono, no iba a casa…Respetábamos su decisión de quedarse, mi mamá sufría, su hijo mayor estaba lejos y cada vez había menos comunicación”, manifiesta Sergio. A tal extremo llegó la distancia entre Saúl y su familia que el colegio, que costeaba las necesidades básicas de los oxis (los estudiantes llamaban de ese modo a los educadores por su condición de “oxidados” para los deportes), financió durante las vacaciones de verano de 1978 el viaje de Saúl y uno de sus compañeros de promoción a Villazón. “Lo acompañé en tren después de que yo regresé del Proyecto Óscar donde había ido a prestar mi servicio militar, quería que mi hermano visite a su mamá, me preocupaba que no la vea”, recuerda Arturo Monroy.

Literalmente, el joven profesor de Matemáticas y Director de Estudios aplicaba el Evangelio que Pedro Basiana le había inculcado en todas las decisiones trascendentales de su existencia. Su hermano y confidente relata un episodio poco conocido: “Hasta su decisión de entrar al Seminario San José no fue consultada, nos enteramos que él había entrado y que se había salido porque no le gustó. Dijo: ‘Esto no es para mí porque no es lo que predicaba Pedro’”. Sin duda, la relación de Saúl con Pedro Basiana era intensa como la de la mayoría de sus compañeros de curso quienes compartieron con el sacerdote jesuita cinco años, entre 1972 y 1976, hasta que lograron el bachillerato, aunque su promoción, como un acto de rebeldía juvenil, renunció a un nombre.

Basiana fue el arquetipo de todo lo que hacía y decía durante su trabajo de educador en el Juan XXIII hasta que se marchó en diciembre de 1984. Entonces, su vida cambió radicalmente.

Adiós, me marcho

Conversé con Sergio y con algunos juanchos cercanos a Saúl sobre las causas de su sorpresiva partida del Juan XXIII. Rolando Olguín de la promoción 1977, en tono reflexivo me escribió: “La salida del Juan XXIII sigue siendo una duda que nunca resolví, pues le pregunté específicamente y me dijo que era mejor no hablar y quería olvidar. Personalmente, fuimos muy cercanos una temporada y le tenía un gran respeto y admiración por cómo veía la vida…, […] pero tenía una coraza de acero y era impenetrable en muchas cosas de su vida. […] Parte de nuestra vida se va con él o él se la lleva..., no puedo decir mucho, pero está en mi corazón, en mis pensamientos, en mis recuerdos”. La causa esencial es un enigma.

Sergio, escrutando los recovecos de su memoria, se animó a insinuar: “Hubo algún pequeño desliz…, le hicieron algo, algo con lo que él no estaba de acuerdo, le quisieron cambiar algo, no sé… como que él quedó decepcionado en esa parte y dijo: ‘Esto no va más, no hay vuelta’, no tengo otra explicación”. Semejante decisión solo puede explicarse porque Saúl cuestionaba algo y, tras comprender que su silencio sería cómplice, prefirió marcharse.

Tras escuchar varios testimonios y relacionarlos, tengo la certeza de que fue una decisión radical suya y que varias causas la precipitaron. La de más larga data tiene que ver con su familia; tras 14 años alejado de ella, seguramente sentía la obligación moral de retornar. La romántica y frecuente en personas de su edad, tenía 26 años, es que atravesaba una desilusión amorosa; se despidió de su prometida con un poema inspirado en Farewell de Pablo Neruda. La misteriosa y definitiva se relaciona con un antiguo rumor que se convirtió en evidencia a mediados de 1983 o durante 1984 cuando Saúl confirmó que un guía del colegio incurría en uno de los pecados capitales descritos en los catecismos católicos. Era algo insoportable para él porque traicionaba el legado de Basiana; su autoexilio se tornó inevitable y, lo peor, el dream team que debía relanzar el proyecto Juan XXIII al nuevo siglo se dispersó con su partida.

Sergio subraya la versión de su familia: “Él fue a vivir en mi casa en Villazón y, por lo que le dijo a mi mamá, cuando él llegó, fue a recuperar a su familia. Creo que le había picado un poco el tema ese de no haber venido en auxilio nuestro cuando mi papá estaba en el exilio. Había quedado yo como padre de familia, con tres hermanos y con mi mamá y un medio sueldo, porque entré a trabajar en la radio a medio turno y me pagaban medio sueldo y con eso nos manteníamos, era una familia numerosa…. Creo que eso le había quedado como un poquito marcado. Él dijo que volvía a recuperar a su familia porque había estado mucho tiempo fuera”. El retorno al seno familiar fue un bálsamo para él.

El papá de Saúl retornó de su exilio en Chile y ayudó en la recuperación de la democracia y la asunción de Hernán Siles Suazo al gobierno el 10 de octubre de 1982. Por sus acciones, la administración del frente Unidad Democrática y Popular (UDP) lo designó cónsul en La Quiaca con “un sueldo importante”. La familia adquirió una casa en Salta y paulatinamente se trasladó a aquella ciudad argentina. Saúl había retornado brevemente a Cochabamba para completar unos trámites y, cuando retornó a Villazón, inmediatamente se trasladó a Salta.

Al principio, como a todos los inmigrantes, le costó integrarse por la discriminación imperante. La mamá de Saúl, la señora Alicia, aprovechó la posición de su esposo e instaló una pequeña tienda para vender algunos artefactos que llevaba desde Bolivia, como relojes de doble hora y radios portátiles de industria china. Saúl ayudaba en ese local mientras se matriculaba en Ingeniería de Sistemas de la Universidad Nacional de Salta (UNAS). Allí estudió dos semestres, verificó que los métodos de enseñanza eran insuficientes, abandonó la carrera y decidió trabajar.

Sergio narra que Saúl laburó en un “corralón de maderas” y que allí permaneció dos o tres años hasta que el propietario lo trasladó a Tartagal, una pequeña ciudad de la provincia de Salta de no más de cien mil habitantes, para que acopiara maderas. Como el empresario poseía un hotel en aquella población, poco a poco fue integrándolo hasta que le confió la administración del establecimiento. Dirigió Residencial City durante 25 años.

Ejemplo de Basiana 

Saúl siempre fue reservado y tímido, como durante sus 14 años de experiencia en Villa Granado. Con algunas reservas, compartió con amigos poetas de Salta. “La charla, la tertulia era exquisita, charlaban de igual a igual. Saúl siempre fue una persona muy preparada y muy leída. Él podía hablar con cualquiera de cualquier tema. Así fue haciéndose conocido”, testifica Sergio.

Como había aprendido en el Juan XXIII, trabajaba sin limitaciones y se empeñaba en resolver todos los problemas del hotel para lo que incluso hacía de pintor de interiores, plomero, técnico en aire acondicionado o lo que sea que hiciera falta en una empresa de ese tipo. Tal era su compromiso, relata su hermano, que “trabajaba como el último de los empleados, hacía turnos de guardia para atender durante las noches o los domingos”. Su vida era ejemplar.

Vivía de forma sobria, austera y humilde, como un trapense; Pedro Basiana le había demostrado que se podía vivir con dos mudas de ropa. “Él no hizo el voto de pobreza, pero no le gustaba andar con ropa nueva, no le gustaba estrenar, a duras penas tenía algo. Los hermanos, la mamá, el papá le compraban la ropa y él se tenía que poner, pero no le gustaba lucir cosas nuevas. Fue así hasta el final, regalaba sus cosas”, narra Sergio.

Durante su retiro en Tartagal, retiro en el sentido literal de la palabra, evitó que alguien supiera dónde vivía. Apenas emigró, le ordenó a Sergio: “Si alguien te pregunta por mí, no digas dónde estoy”. Su hermano explica que “obviamente se refería a alguien del Juan XXIII porque no tenía otra persona que pregunte por él” y que durante todo este tiempo solo habló con Xavier Masllorens durante la segunda visita de este voluntario catalán a Bolivia.

Sin embargo, asegura Sergio, “toda su vida, Saúl tuvo al Juan XXIII en su cabeza” y vivía pendiente de su colegio y de sus compañeros. Recuerda que su hermano mayor decía: “El changuito [Gerardo] Suárez de la película Mi socio era mi alumno…, el Churi mayor [Héctor Córdova Eguivar] era viceministro de Minería del Evo…, Samir [Makaren] ha sido alcalde de Cobija… Oscar Montes ha ganado la Alcaldía de Tarija…”. Saúl había dejado corporalmente el Juan XXIII; pero su pensamiento y su espíritu rondaban siempre los pasillos, aulas, comedores y canchas de la Comuna Penubol.

Virus mortal

Cuando, entre enero y febrero de 2020, la pandemia del Covid-19 aterrizó en los países del hemisferio sur americano, Saúl residía solo en Tartagal, había renunciado a la vida matrimonial. Siete años antes, de cuando en cuando, viajaba a Salta a visitar a su mamá hasta que ella falleció el 8 de abril de 2013 aquejada por un cáncer de colon, su papá había expirado el 11 de agosto de 2006 en Villazón cuando se aprestaba a viajar a La Paz para reclamar su jubilación.

En su condición de administrador de un hotel, respetaba estrictamente las disposiciones que el gobierno federal argentino había resuelto para enfrentar la pandemia. Debía replegarse a Salta o Jujuy porque el hotel había cambiado de dueño, pero decidió quedarse un tiempo más hasta que los nuevos administradores aprendieran los protocolos del establecimiento. “Saúl era cuidadoso durante la pandemia, era obsesivo con el tema de la limpieza. No sé en qué circunstancia o dónde se contagió del maldito bicho este”, recapitula Sergio. En septiembre, comenzó a sentir los primeros síntomas que provoca el virus.

Como su mentor de los años 70, narra Sergio, “era reacio al tema de las medicaciones y al tema de ir al hospital. No quería ir cuando los nuevos dueños [del hotel] le querían llevar, se resistía, decía que estaba bien, que se iba a curar, que esa tos era porque estaba fumando, hasta que se sintió realmente mal. Entonces decidió aceptar que le lleven al hospital, lo llevaron directamente a terapia, porque estaba saturando muy bajo [hipoxia grave, menos de 85% de oxígeno en la sangre]. No lo entubaron en principio, solo sueros y medicamentos, hasta que no hubo más remedio que entubarlo. Él se resistía también a ser entubado. Por el amor que tenía a sus sobrinos nietos, tuvo un amor preferencial hacia una de mis hijas, y porque le pedíamos que ponga fuerza, que se cure y que venga [a Jujuy], se dejó entubar y no salió más”. Saúl falleció al mediodía del sábado 17 de octubre de 2020 a los 62 años.

Colofón

Saúl y la familia de su hermano, después de 30 años, visitaron Bolivia entre el 18 y el 27 de agosto del 2017; los días 20 y 21 pasearon por Quillacollo. “Primero estuvimos en Oruro donde la Virgen del Socavón, después nos fuimos a Cochabamba a la Virgen de Urkupiña, nos fuimos a La Paz a la Virgen de Copacabana y, al volver, nos encontramos con un tío en Potosí que nos llevó al Tata Bombori. Teníamos que repetir ese viaje este año [2021], es una promesa que no se pudo cumplir…”, cuenta Sergio. Evitó visitar Villa Granado y a alguno de sus compañeros que viven en Cochabamba. “Era una cosa que habíamos hablado y habíamos dicho que este año íbamos a ir. Incluso me dijo que íbamos a ir al nuevo colegio, sabía que estaba en el camino a Oruro”, añade.

¿Qué herencia lega a su familia? Sergio, respira hondo y asegura: “Para mi familia deja el amor fraterno. Una vez que falleció mi papá, fue el padre de la casa. Mi mamá le dio ese lugar. Fue el padre de la casa, al que respetábamos. […] Siempre pretendía unir a la familia, visitaba a los hermanos y, como no tenía hijos, siempre llegaba con un regalito Más allá de lo material, tenía el simbolismo del amor. Por eso lo sentimos tanto, porque él supo dar amor”. Durante 35 años, a partir de 1985, cumplió su responsabilidad de recuperar a los suyos.

El legado para sus compañeros de los años 70 y para las generaciones de los 80 y 90, cuando aún mantenían el internado y seleccionaban muchachos pobres de todo el país que se destacaban en los estudios, es otra incógnita. Su voz póstuma, Sergio, revela: “No podemos llegar a la ciudad donde él falleció [Tartagal], está prohibido viajar [por la pandemia]. Tal vez pueda rescatar algún escrito. Era muy ordenado, tenía todas las cosas previstas, con una precisión casi milimétrica. También tengo que llegar a mi casa [en Salta], entrar a su habitación y husmear en sus libros, en sus escritos qué es lo que proyectaba. Siempre tuvo ese espíritu de educar, de enseñar, de dejar algo”.

Edwin Alvarado de la promoción Cuba 1987, con quien entrevisté a Sergio, considera que la vida de Saúl se resume en una palabra: “Testimonio”, cuyo referente es Basiana, de quien aprendió la excelencia y la disciplina como forma de vida; cree que en el colegio Saúl fue para nosotros un ejemplo de rectitud y de autoexigencia. Estoy de acuerdo.

Para mí queda la primera imagen que guardo de él en mi consciencia, cuando en diciembre de 1979, unos días antes de la Navidad de aquel año, lo vi por primera vez en el pasillo que lleva de la entrada del Juancho hacia la biblioteca donde yo debía resolver un extemporáneo examen de selección y admisión, supuse que en contra de su voluntad pues lucía extremadamente serio acicalándose sus bigotes con la mano derecha, pero después sonrió levemente y me tranquilizó. Fue el primer oxi que conocí.

Ahora Saúl resuelve ecuaciones integrales, soluciona problemas de cálculo diferencial y diseña algoritmos matemáticos para construir un mundo feliz mientras escucha a Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Vicente Feliú, los trovadores cubanos al son de cuyos versos trabajaba incansablemente en nuestro Juan XXIII.


Las fotografías pertenecen al archivo de la familia Soza Torrico y algunas al Juan XXIII.

10 comentarios:

  1. Muy bien Pancho, creo que hicistes un excelente trabajo y has logrado revivir en cada uno de los estudiantes que tuvimos la dicha de tenerlo como "maestro", esa admiración y que entre los pasillos del juancho decíamos, qué capo es Saul!!!
    Un fuerte abrazo hasta el cielo mi recordado "MAESTRO".

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  2. Gracias mi estimado "Pancho", no recuerdo quien me comentó que sí Saul estaba estudiando en Salta, de incógnto fuí a esa Universidad en dos oprtunidades intentando encontrarlo (mis hermanos viven en Tucumán, Monteŕrico, Jujuy)
    Su partida de Saul del Juan XXIII, sigue una incóginta que ningún algoritmo finito o deterministico encontrará la Solución, a lo mejor con los adelantos de la Inteligencia Artificial en lo futro se pueda resolver los casos misteriosos
    No sé cual fue el motivo o por qué, vicu me invitó para dar matemáticas y me quedé casi 8 años, hasta que un dia algún hizo que dejara el Colegio, en todo caso le agradecí al " ..." y se quedó sorprendido, ...., mi salida del Colegio no fue voluntad mia así como de muchos: kiko, Iver, ..., el algoritmo infinto, sigue en busqueda de la la incógnita " algun curita" sabe, creo que fue el inicio para la " extinción" del Juan XXIII, no es casualidad que este en venta

    Saludos
    Mario Ance

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    1. Todo llega, ahora ya sabemos las causas todos, me solidarizo con ustedes y os animo a declarar, a denunciar, por el bien de muchos más.

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  3. Gracias Francisco, quedó sin palabras de un gran ejemplo de vida Juancho consecuente.

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  4. Pancho, un relato muy interesante. Soy uno de sus alumnos y gracias a el mis cuadernos fueron obras de arte. Hasta ahora yo mismo me admiro la ayencion escrupulosa que puse al hacer estos cuadernos. Asimismo recuerdo los apodos que puso a algunos compañeros que perviven hasta ahora, Saul tenía una facilidad de percibir instantes de la cotidianidad para convertirlos en apodos o temas de reflexion. Gracias Pancho. Atte. Alfredo Lupe

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  5. Gracias por tanto amor y tan bello trabajo, realmente un afán es la escritura tan bien redactada y tan atrapante historia de un papá, abuelo, tío, padrino y amigo, recuerdo de el cuando me enseñaba matemática es que me decía "no hagas con lápiz, siempre con lapicera porque los errores no se borran, siempre tenemos tener presente que errores cometemos para no volverlos a repetir"...debo destacar que la profesora que menciona Juan Carlos Rocha tenía mucha razón, nosotros su familia gozamos de su amorosidad, de su excelente humor todo el tiempo y sus juegos constantes con sus sobrinos nietos, creo ellos los recuerdan con la sonrisa puesta y nunca serio. Mi tío era un dulce de leche en su integridad. GRACIAS y un beso al cielo mi tío querido...te amamos eternamente

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  6. Excelente y muy sentido homenaje querido Pancho. Saúl fue un hombre grande, comprometido, inquisidor, cuestionador, inconforme e inconformable y trató de que sus discípulos nunca permanezcan en un sitio de confort, que no se vuelvan obsoletos
    Paz en su tumba.

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  7. Me ha emocionado leer cosas tan bellas sobre el querido Saúl. Gracias Pabcho por rememirar un testimonio de vida tan auténtico. Un abrazo

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