Foto reportaje

Biósfera Juan XXIII


Una imagen de Google Maps muestra las instalaciones del Colegio Juan XXIII cuya dirección actual es avenida José Manuel Villavicencio pasando la calle Chiquitano. En los inmuebles que el padre Enrique Coenraest Jacquellot construyó -con donaciones de sus parroquias de Jodoigne (Bélgica)- para el internado, ahora funcionan el Centro de Convenciones Padre Víctor Blajot y las oficinas departamentales del Movimiento de Educación Popular Fe y Alegría, ambas instituciones de la Compañía de Jesús. Detrás de la cancha de fútbol, se observa la infraestructura del Gallinero y otras edificaciones de la actual propietaria, la empresa Almanza que confecciona trajes para varones. Al frente, donde por los años 80 bullían la tienda del colegio, además de talleres de carpintería y panadería, hoy se alzan esbeltos condominios para la clase media.


La puerta principal de ingreso y el garaje del colegio en plena avenida José Manuel Villavicencio. Destacan, intrusos, los logotipos e isotipos del Centro de Convenciones Padre Víctor Blajot y de Fe y Alegría. Reemplazaron el viejo portón de fierro que, abierto o cerrado, vigilaba a algunos intrépidos juanchos que buscaban aventuras en el barrio.


La avenida José Manuel Villavicencio. Al fondo, un reforzado muro protege los jardines y edificios del colegio ante la vorágine de la modernidad del asfalto. Algunos maduros y robustos pinos emergen fieles a las mil travesuras de sus adolescentes cultivadores que los alimentaban con las aguas de la “fuente de la juventud”, cuando nacían los trabajos de utilidad común (TUC).


El muro perimetral, próximo a la esquina sudoeste del colegio, sobre la avenida José Manuel Villavicencio. Una delgada acera, cercada por aún frágiles arbolitos y césped sediento, sustituye al sendero que conducía a la tienda más cercana. Un mensaje anuncia el peligro de algo pesado: ¿Extraños pesados? ¿Extranjeros pesados?


El condominio “La Campiña” frente al colegio, la avenida José Manuel Villavicencio. En estos espacios, durante los años 80 y 90, decenas de comunarios de la Pequeña Nueva Bolivia (Penubol) ofrecían productos en la tienda del colegio, construían muebles, tallaban panes de batalla y cultivaban maíz forrajero. Cada día perseguían la quimera de la autofinanciación del Juan XXIII.


La tienda del barrio luce remozada frente a la esquina sudoeste del colegio, donde termina la avenida José Manuel Villavicencio. Los comunarios de la Penubol compraban allí pasankallas, dulces La Estrella, gaseosas Tunari y, los fines de semana, saboreaban platillos de chicharrón cuando ahorraban la cantidad de dinero suficiente.


La barda oeste del colegio permanece inmune a la invasión del asfalto. Desapareció la puerta de madera que conectaba al colegio con los sembradíos y el senderillo que bordeaba el muro. Detrás perviven los dormitorios de la Comuna y la cancha de fútbol donde destacaron, entre muchos cracks, Leo Fernández, el Maestro Cárdenas y el Ch’asca Angelo. Apena que sin asco la degraden a cabellerizas nauseabundas.


La cerca este del colegio sobre la calle Chiquitano. Al fondo, termina la actual propiedad del Juan XXIII. Los predios de la chanchera y la vaquería pertenecen ahora a los herederos de Arturo Abelino Almanza Vásquez, el empresario que construyó “Almanza Alta Moda”. La fecha encriptada en el fondo anaranjado esconde las vicisitudes de estos espacios donde centenares de adolescentes se formaron para una Bolivia libre, abierta y democrática.



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