José Rafael Gumucio Irigoyen, el benefactor del Juan XXIII
José Samir Makaren y María del Carmen Gumucio Gutiérrez. |
Bel Sousek Paz Soldán observa en silencio y sorprendida cuando María del Carmen Gumucio Gutiérrez, su abuela, recibe emocionada una placa de reconocimiento póstumo que la Asociación de Exalumnos del Colegio Juan XXIII le entrega por la contribución de José Rafael Gumucio Irigoyen, su bisabuelo, a esta obra educativa. Comprende el linaje del que procede.
Cincuenta y seis años después de que las
tres primeras generaciones de becados ocupen, en 1966, las modernas, sólidas y
flamantes construcciones del nuevo Juan XXIII, que el sacerdote diocesano belga
Enrique Coenraest Jaquellot había construido en los predios que generosamente don
Rafael Gumucio (así le nombraban habitualmente) le había entregado en el
vértice sudeste de sus extensas propiedades del fundo de San Vicente de Coña
Coña, hoy Villa Granado, por fin, los exalumnos agradecían explícitamente la
donación de este patricio cochabambino.
Aquel 17 de septiembre, a las 10:30, en el
salón de actos del Juan XXIII, cuyos exalumnos celebraban su Encuentro Nacional
2022, María del Carmen recordó, cuando ofrecía unas palabras de agradecimiento,
la intensa vida cívica de su papá. Karel Sousek Gumucio, su hijo, y Bel la
escuchaban con similar atención a la de los exalumnos, alguno de los cuales
oían por primera vez el nombre de don Rafael Gumucio, su invisible benefactor,
quien “nunca fue nombrado”, explica su hijo José Ramón, “porque así lo quiso;
sus actos no estaban orientados a recibir honores, si no a hacer algo por quien
lo necesite”.
Familia Gumucio Gutiérrez |
Origen y familia
Don Rafo, como familiarmente le llamaban
sus allegados, nació a pocas cuadras de la Catedral, en la antigua calle Perú,
hoy avenida Heroínas, el 16 de abril de 1911, en el seno de una familia
tradicional cochabambina. José Gabriel Gumucio Ponce de León y María Irigoyen
Pol, sus padres, lo educaron según los principios éticos de la iglesia católica,
apostólica y romana.
El 19 de marzo de 1950, contrajo
matrimonio con la dama cruceña Blanca Alicia Gutiérrez Saucedo, con quien procreó
10 hijos, de los que actualmente viven cuatro: María de los Ángeles, José
Ramón, María del Carmen y Blanca María. Todos llevan, como él, un sello
indeleble de la profunda fe cristiana de sus progenitores, el nombre de los
papás de Jesús de Nazareth: José y María.
Estudió y obtuvo su diploma de bachiller
del Colegio Nacional Sucre hacia 1929, a los 18 años. En los albores de la
Guerra del Chaco se presentó voluntariamente; pero -por una afección cardiaca-
lo desmovilizaron. Había cumplido 21 años. Entonces, decidió culminar sus
estudios en la Universidad Mayor de San Simón, de donde egresó de la carrera de
Derecho.
La edición del 30 de septiembre de 1932 de
la revista “La Semana” y la del 1 de octubre del periódico “El Oriente”, ambas
publicaciones cruceñas, informan que don Rafo llegó por aquellos días a Santa
Cruz de la Sierra como parte de una caravana de cuatro automóviles de la Legión
Cívica de Cochabamba que recorrió por primera vez la delgada y polvorienta ruta
que unía apenas ambas ciudades. Participaron la señora Amalia de La Torre, las
señoritas Lola Gutiérrez y Aurora Albornoz. Completaban el grupo de jóvenes
aventureros Julio Guzmán, Humberto Guzmán, Napoleón Tardío, Hugo Moreno, Alberto
Arce y Abdón Willis. En aquel viaje, conoció a don Plácido Molina Barbery, un noble
e ilustre ciudadano cruceño, con quien cultivó una entrañable amistad por el
resto de sus días.
Don Rafael Gumucio en los años 80. |
Educador de cepa
Don Rafael Gumucio contribuyó, junto a
Monseñor Walter Rosales Claros, quien fue su primer director, a la fundación
del Colegio Arquidiocesano Pío XII, que -desde febrero del año 1959- educa a
miles de adolescentes en el corazón de la zona más popular de la ciudad de aquel
año: calle Punata entre 25 de Mayo y Esteban Arze. Allí, don Rafo, a quien
desde siempre le apasionaban las ideas de los grandes pensadores griegos y de los
clásicos europeos, enseñó con dedicación Filosofía hasta jubilarse en la década
de los 80.
Ganó en 1972 un examen de competencia y administró,
como docente titular, la materia de Introducción a la Filosofía en el
Departamento de Humanidades de la Facultad de Ciencias Puras y Naturales en la
Universidad Mayor de San Simón. En 1975, formó parte de una comisión de
intelectuales y humanistas que diseñó y fundó la Facultad de Humanidades y
Ciencias de la Educación, que recibió estudiantes a partir de 1976. Ejerció la
cátedra hasta finales de los años 80. Docentes y estudiantes, en enero de 1993,
bautizaron su Aula Magna como “Profesor Rafael Gumucio Irigoyen”.
Durante el apogeo de sus actividades
académicas, afirman sus hijos, dictó clases en el Instituto Normal Superior
Católico “Sedes Sapientiae” de la zona de Tupuraya y formó parte del equipo de académicos
católicos que creó y organizó la regional Cochabamba de la Universidad Católica
Boliviana “San Pablo”, que formalmente inició sus actividades el 26 de febrero
de 1971 con la carrera de Filosofía del Instituto Superior de Estudios
Teológicos, que durante la década de los 90 se convertiría en la Facultad de
Filosofía y Teología.
Karel Sousek Gumucio, Samir Makaren, María del Carmen Gumucio y Bel Sousek Paz Soldán. |
Propietario solidario
Los investigadores José Miguel Gordillo,
Alberto Rivera Pizarro y Ana Eva Sulcata Guzmán, en su texto “¿Pitaq kaypi
kamachiq? Las estructuras de poder en Cochabamba, 1940-2006”, publicado en
octubre de 2007, consideran a Rafael Gumucio como uno de los mayores
propietarios de tierras durante la década de 1940 en la provincia Cercado de
Cochabamba.
Un residente uyunense, Rómulo Elio Calvo
Orozco, narra en la plataforma UyuniWeb que la Cooperativa de Vivienda Quijarro
Ltda., de trabajadores ferroviarios interesados en adquirir una vivienda en el
valle de Cochabamba “para habitarla oportunamente luego de haber conocido el frío
intenso de Uyuni”, el 24 de enero de 1969 compró, por un precio solidario, un
terreno de 76.547 metros cuadrados de la propiedad de don Rafael Gumucio en la
zona de San Vicente de Coña Coña. Así nació el barrio Uyuni que hoy se denomina
Quijarrro.
Sus hijos piensan que por su condición de
devoto católico y por su cercanía con monseñor Armando Gutiérrez Granier, don
Rafo se convirtió en un benefactor permanente de la Iglesia Católica. Donó predios
para la construcción del Seminario Mayor San José, de la Casa de Retiros
Cardenal Clemente Maurer, de la residencia de las hermanas de Santa Clara de
Coña Coña y del Colegio Particular Juan XXIII.
Momentos previos a la entrega de reconocimientos. |
Obras sociales
Don Rafael Gumucio formó parte del grupo
de laicos católicos que ayudó a la concreción de la Escuela de Enfermería
“Elizabeth Seton” que ahora forma parte de la Universidad Católica “San Pablo”,
primero, y del hospital del mismo nombre, después. La hermana Estefanía Murray,
de la Congregación Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl inauguró la
escuela el 6 de marzo de 1965, en su condición de fundadora y primera directora.
Don Rafo, el doctor Joaquín López Suárez y don Raimundo Grigoriú, entre otros,
la respaldaron desde el primer Directorio de la institución. La construcción
del hospital avanzaba raudamente.
En el campo de los medios de comunicación,
fue benefactor permanente y varias veces miembro del Directorio de radio “San
Rafael”, una emisora católica que fue fundada el año 1960 por los sacerdotes
Maryknoll y que desde 1972 depende de Arzobispado de Cochabamba.
El periodista y “cronista de la ciudad”, Manuel
Rocha Monroy, en una semblanza sobre Eudoro Galindo Quiroga, asegura que este
ilustre personaje cochabambino fue “cofundador del diario Los Tiempos en 1943
junto a Demetrio Canelas, Walter Galindo Quiroga y Rafael Gumucio Irigoyen”.
Como la mayoría de los padres e hijos de
las familias tradicionales y adineradas de Cochabamba de aquellos años, Gumucio
Irigoyen contribuía y participaba activamente de las actividades del Club
Social, el Rotary Club, el Radio Club y el Automóvil Club Boliviano.
Don Rafael Gumucio en 1943, fotografía de la Prefectura de Cochabamba. |
Actividad política
Durante la presidencia de Gualberto
Villarroel López, el líder de Razón de Patria (Radepa), don Rafael Gumucio, con
33 años, ocupó el cargo de prefecto de Cochabamba. Sus hijos aseguran que
donaba todos sus salarios a instituciones religiosas y de acción social y que renunció
como consecuencia de la masacre de Chuspipata, ocurrida el 19 de noviembre de
1944, cuando agentes del gobierno asesinaron a su amigo Luis Calvo Calvimontes.
“Como muestra de su repudio total”, asegura María del Carmen, “inmediatamente que
supo de esto, dimitió de su cargo”. José Ramón añade que valientemente don Rafo
envió su carta de dimisión al presidente Villarroel manifestándole “la razón
específica de su renuncia”.
Años después, junto con José Cuadros
Quiroga, Carlos Montenegro y otros jóvenes, don Rafael Gumucio formó la primera
célula del Movimiento Nacionalista Revolucionario en Cochabamba. Su hija María
del Carmen narra: “Se declaró simpatizante de la Reforma Agraria y la
Revolución Social desde siempre, debido a su profunda fe católica y su
convencimiento por la justicia social”. Fiel a sus convicciones, explica,
renunció a su militancia emenerrista cuando constató “los abusos de poder y las
injustas e inhumanas persecuciones y encarcelamientos perpetrados por miembros
de este partido”.
En su búsqueda de justicia social, durante
sus últimos años de actividad política, fue cofundador del Partido Demócrata
Cristiano, una organización que propugnaba la doctrina social de la Iglesia Católica.
Coordinaba sus actividades con Acción Católica Boliviana y propugnaba un
“humanismo integral”. Trabajó en silencio con, entre otros, Remo Di Natale,
Benjamín Miguel Harb, Luis Bustamante Pérez y Freddy Vargas Méndez.
Sus hijos cuentan que vieron y conocieron
a muchos miembros de la jerarquía de la Iglesia Católica, dirigentes políticos,
militares y funcionarios de varios gobiernos, cuando estos visitaban a don
Rafael Gumucio en busca de consejos, sugerencias y respuestas.
Durante la eucaristía del Encuentro Nacional 2022. |
Despedida multitudinaria
José Rafael Gumucio Irigoyen retornó a la
Casa del Padre el 25 de enero de 1992, a los a los 81 años y nueve meses. Una
multitud asistió a su funeral. Durante su velatorio, asegura María del Carmen, llamaba
profundamente la atención “ver lado a lado y codo a codo” a ilustres ciudadanos,
miembros del clero de la Iglesia Católica, prominentes políticos, vecinos
agradecidos y campesinos de las zonas agrícolas de Coña Coña, Sarco y
Condebamba.
Sus hijos recuerdan, con gran orgullo y
emoción, a Monseñor Walter Rosales Claros y Gonzalo Sánchez de Lozada, entre
otros notables de la época, junto a Rufino Rocha, José Bustamante Pérez y Desiderio
Quinteros, los tres agricultores de Coña Coña, acompañando a la familia detrás del
féretro de don Rafo desde el atrio hasta el panteón de ilustres del Cementerio
General. Su hijo José Ramón reflexiona: “Esta forma de vida, sin distinguir
clases ni privilegios, es la que mi papi nos inculcó”.
Así, con oraciones y flores multicolores, despidieron
a una persona creyente, sensible, multifacética y extraordinaria.
Su compañera de vida y madre de sus 10
hijos, Blanca Alicia Gutiérrez Saucedo de Gumucio, fallecería 27 años después,
el 25 de febrero de 2019, a los 92 años. Había nacido el 29 de mayo de 1927 en
la localidad de Usuró, cantón Paurito del municipio de Santa Cruz de la Sierra.
La viuda de don Rafo, pese a las súplicas de sus hijos y de sus hermanos para
que resida en Santa Cruz, decidió permanecer en Cochabamba y acompañar a su
esposo. Sus hijos recuerdan haberle escuchado: “Me quedaré hasta el fin de mis
días donde conocí a Rafo, viví con él y fui tan, pero tan feliz”.
Sus hijos, nietos y bisnietos expresan que
se sienten comprometidos con la tarea de precautelar la obra de esta pareja de
católicos, pues ambos soñaban con una sociedad mejor y actuaban para construirla.
María del Carmen Gumucio agradece el reconocimiento. |
Obra Juan XXIII
El Encuentro Nacional 2022 de Exalumnos
del Juan XXIII del 17 de septiembre celebraba las Bodas de Plata de la Promoción
Haití 1997, el último grupo que concluyó el internado en la comuna Pequeña
Nueva Bolivia de Villa Granado. Sin saberlo, durante la ceremonia de entrega de
reconocimientos, inmediatamente después de la eucaristía oficiada por Antonio
Menacho, los exalumnos agradecían a tres generaciones de descendientes de don Rafael
Gumucio, quien en 1965, hace 57 años, entregaba esos terrenos a André Enrique
Coenraest Jacquelott, sin ningún papel de por medio, ofreciendo solo su
palabra, para que el fundador y director del Juan XXIII construyera velozmente
las nuevas instalaciones del colegio, pues los becados corrían riesgos por las
rocas que caían en las canchas y los patios de las instalaciones de Aranjuez,
en la zona sur de La Paz.
Cuatro años después, don Rafo registró y
legalizó la donación. La Resolución Técnica Administrativa 338/97 de la Casa
Municipal No. 3 de la Alcaldía de Cercado establece: “ [E]l derecho propietario
del lote de terreno se halla acreditado por Testimonio de escritura pública No.
49/69 de donación gratuita de terrenos otorgada por Rafael Gumucio Irigoyen en
favor del Colegio Juan XXIII, otorgada ante notario de fe pública de 1ra. clase
Julio Casto Echazú en fecha 23 de abril de 1969 y registrada en DD.RR. a Fs.
897 Ptda. 1835 del libro primero de propiedad de la provincia Cercado en fecha
19 de octubre de 1971…”. Hasta la Promoción Haití 1997, los administradores del
colegio cumplieron el contrato Gumucio Irigoyen-Coenraest Jacquelott y el que
este firmó con la Dirección Nacional de Fe y Alegría en 1971.
Aquel 17 de septiembre, María del Carmen, acompañada
por su hijo, Karel Sousek Gumucio, y de su nieta, Bel Sousek Paz Soldán, en
representación de sus hermanos, María de los Ángeles, José Ramón y Blanca María,
pues es la única que reside en Cochabamba, respaldó la posición inclaudicable
de los exalumnos de oponerse a la venta de los predios de Villa Granado (Coña
Coña) y de relanzar esta experiencia educativa para que la obra de su papá
perdure. Dejó entrever que ignorar la finalidad de la donación generaría
consecuencias irreparables para la educación de miles de brillantes niños
bolivianos de todas las regiones del país en los que don Rafo pensó cuando
decidió ofrendar, en sentido católico, una parte de su patrimonio familiar.
María del Carmen Gumucio y Francisco Sosa Grandón. |
Muchas gracias, Francisco y a todos los ex alumnos del querido Colegio Juan XXIII. Hermosa crónica de una fructífera vida!!
ResponderEliminarAgradecemos a la familia Gumucio Gutiérrez por su decisión de cuidar y respaldar la obra de don Rafo.
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