Vicios sindicales, mañas patronales



Francisco Sosa Grandón

¿La organización de sindicatos resuelve todos los problemas laborales en las universidades privadas? No, necesariamente. Por el contrario, algunos especialistas relacionados con instituciones de educación superior sostienen que pueden generar otros problemas peores. Un amigo pedagogo me ha recordado algunos vicios (en tanto distorsiones o desviaciones) frecuentes de este tipo de instituciones gremiales.

Si los profesores universitarios se organizan con el único propósito de defender sus fuentes laborales y llegan al extremo de “camuflar” la mediocridad de sus afiliados, entonces los sindicatos pierden credibilidad, hipotecan su porvenir. Hay que preguntar: ¿Quién contrató a esos docentes mediocres? ¿Con qué procedimientos? Después de un tiempo suficiente de observación y de evaluaciones de desempeño, si comprueban que un profesor es pésimo e incumple con sus deberes, las autoridades universitarias simplemente debieran aplicar los Reglamentos de Permanencia Docente.

Aunque generalmente sucede en entidades estatales, las acciones de algunos dirigentes sindicales demuestran que solo buscan generar “grupos de poder” o perpetuar “clanes familiares” que usufructúan los bienes de terceros. Algunas veces, los líderes aprovechan los espacios sindicales como “trampolines políticos” para acceder a cargos directivos. Ambos defectos constituyen indicadores de la escasa formalización de los sindicatos y de las empresas.

Otras ocasiones, ha ocurrido con algunos sindicatos de otros gremios, los dirigentes aprovechan su posición para iniciar “negocios” con las autoridades. Así crean circuitos viciosos que no solo ignoran, incluso vulneran, los derechos laborales que unos debían defender y la institucionalidad que otros debían cumplir y hacer cumplir.

Estos vicios sindicales surgen, generalmente, como resultado de la acción de los ejecutivos de las empresas, quienes en su afán por anular a los emergentes sindicatos promueven un “ambiente de terror” (por ejemplo, acuñan rumores como: “Nadie se va a salvar, los van a echar a todos si organizan un sindicato”) o utilizan falacias (“Los padres de familia se oponen a este tipo de organizaciones”, arguyen) y sofismas legales (“La Ley del Trabajo solo ampara a los obreros, ustedes no son obreros”, refunfuñan). Cuando estas acciones no funcionan, entonces recurren a diversas mañas (en el sentido de astucias) para cooptar a los dirigentes organizando reuniones “informales” (almuerzos, tardes vallunas, fiestas, etc.). Si fracasan en el intento, identifican a los dirigentes más vulnerables y les ofrecen canonjías con la instrucción de que “maniobren en contra de algunas acciones clave del sindicato”. Hay algunos ejecutivos que incluso pretenden formar parte de los sindicatos (“Yo también soy empleado”, dicen) o, en otros casos, ordenan a sus acólitos a afiliarse a tales instituciones con el propósito de pervertirlas.

Para evitar los vicios sindicales, los profesores de universidades privadas, cuando se organizan, enfrentan el desafío de aprobar estatutos completos y coherentes con su naturaleza. Probablemente sea más importante la disposición psicológica para acatar tales normas. Como contraparte, los sindicatos necesitan empresas de educación superior respetuosas de las leyes del Estado y de sus propias normas; a la inversa, estas empresas merecen sindicatos responsables y honestos. Más allá, si una universidad privada actúa con corrección, el sindicato debe pasar inadvertido; y, si no hay sindicato, no habría motivo para organizarlo. En última instancia, se trata de construir un mundo con menos injusticias sociales.

El autor es periodista y docente universitario.
Comentario publicado en Los Tiempos el 31 de marzo de 2012.

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