Fragmentos
de un testimonio atribulado
Francisco Rubén Sosa
Grandón
Nací
en Guangzhou, una lóbrega ciudad industrial del sur de China. Tatuaron en mi
frente el logotipo del Gobierno Municipal Autónomo de Cochabamba. Mi lomo verde
claro expone un lema: “Educación sorprendente”, y una marca: “Cochabamba,
ciudad de todos”. Tengo 92.485 hermanas idénticas. Nos clonaron. Soy una criatura
del Alcalde Sonrisas.
Mis
hermanas y yo cargamos carpetas, lapiceros, lápices negros y rojos, cajas de
colores, tajadores y borradores. Las mayores portamos cajas de marcadores y
estuches geométricos; las menores, piezas de plastilina. Llegamos a Cochabamba
un día de diciembre de 2017, antes de la Navidad.
Nos distribuyeron en las escuelas durante la primera semana de febrero, cuando se iniciaron las clases. El Alcalde Sonrisas visitaba los centros educativos de nivel Inicial y Primaria y nos regalaba a cada niño, quienes lo besaban en la mejilla como expresión de sincero agradecimiento. Él retribuía el cariño de los niños con una sonrisa. Las mamás repetían: Nunca nadie ha hecho semejante gesto de desprendimiento, como si fuera dinero del susodicho. Todo era alegría y fiesta. Ayudamos a muchas familias de escasos recursos evitando que nos compren en el mercado por precios sobredimensionados por las comerciantes.
Vivía
feliz, hasta que una mañana de los primeros días de abril, una concejal azul me
arrebató de las manos de mi dueño, el hijo de su empleada. El niño estudiaba en
una escuela pública, donde ambos aprendíamos a leer y escribir con dificultad. Para
compensarlo, le entregó una raída bolsa azul marca “Totto”, china como yo. Con
desdén lo consoló: “Es mejor que la porquería que te dio el Alcalde” y salió
apresuradamente de su casa.
Me
llevó a la Gobernación. Allí se reunió con abogados de la Fiscalía General, del
Ministerio de Justicia y de la Procuraduría del Estado. Coordinaron la
aplicación de una estrategia envolvente diseñada en la Vicepresidencia. Aquel
momento no entendí ni un ápice, todo lo que decían era chino para mí. Le ofrecieron
un brebaje blanquecino a la concejal azul. Para que se envalentone y pierda el miedo,
murmuraban. Después ella irrumpió a la Plaza Principal.
Allí,
ante una multitud de periodistas, la iracunda concejal azul explicó que el
Alcalde Sonrisas favoreció a la Asociación Accidental 26 de Febrero en la
licitación para que nos compren cargadas de material escolar, que esa empresa accedió
a información privilegiada 104 días antes de que se lance la licitación. Agarrándome
como trapo viejo, aseguró que la Asociación Accidental 26 de Febrero firmó el
contrato después de que llegamos a Cochabamba. Expuso ante los incrédulos periodistas
la transacción firmada por el Alcalde Sonrisas, el padrón tributario de los ganadores de
la licitación, el documento único de importación y las facturas emitidas en
China. La concejal azul, roja y achinada ya por el esfuerzo, aseguró que la Alcaldía
adjudicó la licitación “al mayor precio”, que nosotras solamente costamos 26
bolivianos, que el Alcalde Sonrisas nos compró por 145, que los importadores
invirtieron dos millones de bolivianos y que se aprestaban a cobrar 12
millones. “No sabemos qué ha pasado con 10 millones”, cerró su intervención. Aplicó
toda su experiencia melodramática de ex presentadora de televisión y bailarina
de un espectáculo familiar tipo cabaret. Convenció a todos.
Acto
seguido, la concejal azul caminó tres cuadras y media rumbo a la Fiscalía.
Parecía un pavo real, avanzaba rodeada por periodistas que hacían malabares con
cámaras, micrófonos y teléfonos celulares. Denunció al Alcalde Sonrisas por
seis delitos: uso indebido de influencias, favorecimiento al enriquecimiento
ilícito, negociaciones incompatibles con el ejercicio de funciones públicas,
incumplimiento de deberes, contratos lesivos al Estado y conducta
antieconómica. Respaldó su acción con diez documentos y, yo no lo esperaba, la
desgraciada me entregó también a los fiscales como prueba de los delitos.
Más
tarde, desde la gaveta de un fiscal anticorrupción, vi por televisión que un funcionario
de alto nivel de la Alcaldía intentaba minimizar la denuncia. El sujeto,
vestido con un chaleco verde, acicalando de rato en rato sus mostachos con sus
manitas de adolescente híper activo, manifestó que los costos de cualquier
mochila con útiles escolares oscilaban en el mercado cochabambino entre los 115
y los 180 bolivianos. Tomó su billetera, sacó treinta bolivianos, alargando su
brazo desafió a la concejal azul a comprarnos y que, más tarde, le devuelva
cuatro bolivianos de cambio. Sarcástico aseguró que el Alcalde Sonrisas respondería
la denuncia ante el Ministerio Público. La menospreció: “Se trata por lo menos
de la vigésima denuncia de la concejil y ninguna ha sido comprobada”. Dos
compañeras suyas siguieron su ejemplo. Una de ellas, una cuarentona desenfadada
y provocativa, se animó a manifestar que la empresa ganadora de la licitación
“se arriesgó, pues”.
Al
día siguiente, mientras seguía aburrida en la oficina del fiscal anticorrupción,
también observé por un canal paraestatal que la concejal azul había viajado a
La Paz y que junto con el Ministro de Justicia amplificaba la denuncia. Me di
cuenta que todo el aparato estatal se movilizaba para descubrir detalles de mi
compra. Los fiscales festejaban, se sabían protegidos desde las más altas
esferas del poder.
Entonces
escuché a uno de ellos comentar que la suerte del Alcalde Sonrisas estaba
echada, que el Jefazo había decidido su muerte civil porque le había disgustado
que viaje invitado maliciosamente por un gobernador verde a La Haya para, con
el pretexto de escuchar los alegatos sobre la demanda del mar, denunciar ante
organismos internacionales la pretensión azul de perpetuarse en el poder. Otro
añadió que al Supremo ya no le interesaba poner en riesgo el pacto de no
agresión entre azules y verdes, parecido al que Hitler y Stalin firmaron antes
de la Segunda Guerra Mundial, incluso si revelaban su responsabilidad en el
caso Hotel Las Américas de Santa Cruz de la Sierra o si publicaban el audio con
las presiones del fiscal Veracruz para proteger al “Cholango” por el puente caído.
“No hay nada qué hacer, tenemos que cumplir órdenes, no queda otra”, sentenció
uno de ellos.
Percibí
los días que permanecí en la Fiscalía que los azules controlan todas las
instituciones del Estado. No solamente accedían a los datos de la Aduana, sino
del Sistema de Impuestos, del registro de empresas privadas, del registro civil
e, incluso, de los sistemas de identificación personal. Sabían todo lo que
ocurría en este país cual un omnipotente “gran hermano”. Me enteré que infiltraron
a guerreros del proceso de cambio entrenados en Cuba y Venezuela en las nueve
gobernaciones y las 345 alcaldías del país, sean azules o verdes. Así, comentó
uno de los operadores, destapaban desde la Central de Inteligencia
Plurinacional, su búnker de registro de datos, análisis e intervención, cualquier
caso de corrupción en el momento oportuno. Me di cuenta que era su método para controlar
a los fieles y castigar a los infieles.
La
tarde que el Alcalde Sonrisas debía declarar, un asistente alertó: “Los
micreros bloquean el centro de la ciudad, hay un caos endemoniado”. Escuché
petardos que explotaban en la calzada próxima al edificio de la Fiscalía. Un
gran tumulto de comerciantes gritaba consignas y estribillos de apoyo al
Alcalde Sonrisas. Proclamaban su inocencia. Dos funcionarias de alto nivel los
comandaban. Ante la pregunta de los periodistas de qué hacían allí en horarios
de trabajo, respondían en coro: “Hemos solicitado licencia con cargo a
vacación, podemos hacer lo que nos dé la gana, hemos venido a respaldar a nuestro
Alcalde”.
Un
fiscal especial recién llegado de Sucre ordenó: “Preparen el salón de
declaraciones y verifiquen los dispositivos de audio y vídeo”. Momentos
después, ingresó el Alcalde Sonrisas flanqueado por cuatro abogados. Un fiscal
anticorrupción inició el acto con las formalidades previstas en el Código de
Procedimiento Penal, el Alcalde Sonrisas confirmó sus generales de ley y, tras
la primera pregunta, manifestó: “Amparado en mis derechos constitucionales, me
abstengo”. A nadie le sorprendió la respuesta. Inmediatamente lo imputaron. Una
secretaria entregó un documento al fiscal anticorrupción que presidía el acto,
quien lo leyó lacónicamente: “Se resuelve la aprehensión del imputado por el
evidente riesgo de fuga y obstaculización de la investigación en el presente
caso”.
Un
estruendo furioso estalló en las cercanías de la Fiscalía. La Policía
antimotines gasificó a los exaltados, los apaleó sin diferenciar si se trataba
de ancianos o mujeres y despejó la calle. Un autobús de Régimen Penitenciario
se instaló en la calzada. Salió el Alcalde Sonrisas. Dos robustos custodios
repelían los empellones de los incondicionales del aprehendido, este apenas
atinó a gritar ante las cámaras de televisión y de los teléfonos celulares:
“¡Se los dije! ¡Todo está cocinado!” Lo condujeron a una celda de la Fuerza
Especial de Lucha contra el Crimen de la laguna Alalay. Percibí que la ciudad
transpiraba consternación.
Al
día siguiente, en una audiencia de medidas cautelares teatralizada en las
instalaciones de la estación policial del Norte. Los acusadores repetían su
libreto y solicitaban la detención preventiva del imputado en la cárcel de El
Abra. Los defensores argumentaban que no había daño económico porque el Alcalde
Sonrisas había anulado el contrato de compra y no había desembolsado ni un solo
centavo. Tras ocho horas de alegatos, un juez de garantías, sorbiendo agua de
cuando en cuando, dispuso su detención domiciliaria, su arraigo, el depósito de 200
mil bolivianos de fianza y, amparándose en los desórdenes que generaban sus
seguidores, le prohibió que se aproxime a la Alcaldía y que se relacione con
funcionarios municipales. Un representante del Ministerio de Justicia susurró con
una mueca de satisfacción que el Jefazo había logrado su objetivo una vez más.
Al
principio, la multitud –que vigilaba y seguía el acontecimiento desde los jardines
anexos al recinto– festejó ingenuamente. Después, poco a poco, su algarabía
trocó en desolación. La gente se daba cuenta que la decisión judicial apartaba
al Alcalde Sonrisas de su apreciado cargo.
Mis
hermanas y yo cabalgamos ahora sobre las espaldas de los inocentes escolares
cochabambinos que ignoran nuestro origen y nuestra amarga historia de impostura
y soberbia. Representamos la marca indeleble de la corrupción y el signo miserable
del poder omnímodo. Me consuelo pensando que los ciudadanos de este país comprenden
con este caso que no importa el color, ni las promesas de los gobernantes,
interesa que administren honestamente los dineros públicos.
Un relato que diafrute de principio a fin muestra la desgarradora verdad de un problema de ahora.
ResponderEliminarEstoy sorprendido.