Temas de la ciudad

Inspección vehicular


Una motocicleta y una camioneta roja se encuentran frente al módulo policial 15, en la avenida Gabriel René Moreno, un par de cuadras antes de la América, justo en la esquina de la calle Lucas Mendoza. Parqueo mi coche en tercera posición, el reloj marca las 14:20. Dos policías ejecutan la Inspección Vehicular 2019.

Cuando el motociclista se marcha, me percato que el conductor de la camioneta saca de su mochila negra un extintor reluciente, aún en su bolsita de plástico. Un policía con overol verde pacay toma el artefacto y lo marca. Bajo sigilosamente, voy al maletero, abro el botiquín, humedezco con alcohol un algodón y limpio mi extintor, por si acaso.

A las 14:40 aproximadamente, me enfrento con el policía de overol.

–Buenas tardes, oficial –le saludo suavemente, intentando endulzar la palabra “oficial” pues desde la revuelta de la pititas de octubre y noviembre pasados hay que dirigirse a ellos con respeto.
–Sus papeles –me responde.

Simula leer la letra chica del recibo del Banco Unión, mira mi cédula de identidad y compara los datos con la fotocopia de mi licencia de conducir; me mira y pregunta parcamente:

–¿Tiene el original del RUA?
–Sí –indico y le muestro el documento.

Lo observa con una mueca de juez de instrucción y me ordena ver los accesorios de seguridad. Vamos a la parte posterior del coche, abro el maletero y cancheramente digo:

–Ahí está todo.
–Botiquín –replica.

Con maestría lo destapa, saca uno a uno los medicamentos y reclama:

–Te falta gasa.
–¿Y eso qué es? –reacciono.
–Son vendas –sentencia y prosigue la revisión técnica–. El alcohol está vencido; ve, dice 2018.
–Pero sirve todavía, lo he comprado de la farmacia…–atino a decir.
–Te falta agua oxigenada, no tienes bacitracina, no tienes termómetro… –me apabulla.
–Voy a completar, pues, jefecito –ruego apelando a un vocablo patentado por Evo Morales para inflar el ego de sus interlocutores, aunque en el fondo expresa extrema soberbia.

Ignora mis palabras. Escribe en la tapa del botiquín, toma el extintor y el estuche de los triángulos de estacionamiento y los marca también. Después ingresa al recinto policial. Camina con ínfulas de jilakata, consciente del espacio de poder que detenta.

Unos minutos más tarde, sale un joven con uniforme verde y grado de sargento primero.

–Le falta SOAT –manifiesta con tono inquisidor, como diciendo “ahora sí, no te salvas”–. No me sale en el sistema.
–¿Cómo? –refuto –. Tengo el recibo.

Lee el documento y reacciona:

–Tienes que actualizar en Univida, le falta el nombre y el número de placa.
–Así me lo ha entregado la empresa importadora, contiene todos los datos técnicos del vehículo.
–Ya, pero tienes que actualizar… –insiste.

Retorna a su escritorio. Voy tras él y me siento en una silla de plástico. Digita un celular de alta gama. De pronto, repica el aparato. Al otro lado de la línea se escucha la voz de un varón.

–Sí, hija –responde el oficial–. Esta noche voy a ir, esperame (pronuncia como si la palabra fuese llana) con coca machucada, ahurita estoy trabajando.

Conservo la calma, pienso que ha sido una suerte encontrar el punto de inspección vacío y que no vale la pena retornar por algunas palabras que el oficial puede interpretar como ofensivas.

Sale del módulo, lo persigo en silencio. A contraluz fotografía el coche, pide que me saque los anteojos y repite la acción. Reingresa a su oficina, completa un formulario electrónico, lo imprime y lo entrega al policía de overol. Este parsimoniosamente recorta la parte inferior, la pega con Uhu a una planilla y la arroja sobre una pila de papeles similares. Toma una roseta de inspección, sale y la pega en el extremo derecho del parabrisas de mi automóvil. Finalmente me entrega el certificado de inspección.

–Gracias, oficial, muchas gracias –expreso con tono de infinita gratitud.

Mientras me preparo para partir a las 15:00 aproximadamente, sin que el policía mecánico haya revisado técnicamente mi coche, pues ni siquiera me pidió abrir el capó, escucho lo que le dice al conductor de la vagoneta de atrás:

–Tienes que volver nomás, muchas cosas del botiquín te faltan.

El desdichado se retira farfullando palabras inaudibles. Los demás conductores muestran gestos de incertidumbre. Algunas damas sonríen, intentan disimular un mal momento.

La Dirección Nacional de Fiscalización y Recaudaciones de la Policía pretende inspeccionar 1.200.000 vehículos hasta el viernes 31 de enero; por lo que prevé recaudar oficialmente hasta 36 millones de bolivianos. ¿Cuántos vehículos acceden a los puntos de inspección? ¿Alguna vez usted ha visto a colectivos, microbuses, taxi-trufis, autobuses de transporte interdepartamental o camiones de alto tonelaje esperando su turno de inspección? ¿Le interesa a la Policía el buen estado de los vehículos?

2 comentarios:

  1. El relato que realiza no deja que te despeges, hasta terminar de leerlo. Muy bueno.
    Respondiendo a la pregunta:
    Los sondicatos de transporte se organizan de manera interna, solicitan a tránsito un dia de visita a a las oficinas y comumican para pasar y hacer la revisión vehícular. Si bien no hacen un control totalmente exhaustivo, lo que a la mayoria solo le importa el documento de inspección.

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